domingo, 3 de octubre de 2010

58
El Último Capitán

11.Extorsiones

Dresteq se dedicó entonces a enviar a todos los soldados y espías por la ciudad, para averiguar cualquier cosa sobre el asesino. Esperaba saber algo pronto, sin tener que preocuparse de Alatar y sus propias investigaciones. 
Sin embargo, no imaginaba lo poco que tuvo que esperar para saber de él.


Era ya septiembre, y el calor del verano dejaba paso a los primeros vientos del otoño. Una noche, Dresteq se despertó de golpe. Ahogando un grito, se incorporó de un salto, al percibir una gran sombra justo detrás de su cama. En el alféizar de la ventana, al otro lado de las cortinas de seda estivales, estaba sentada una figura oscura. 
Veloz como un rayo, Dresteq cogió un cuchillo de un estante cercano. 
Blandiendo el cuchillo, Dresteq se acercó lentamente a la ventana, intentando no despertar a Jinyia.
Las cortinas se separaron súbitamente, y el tenebroso jinete asesino se alzó en toda su estatura ante Dresteq, fijando sus ojos con mirada de felino en los del Capitán. El cuchillo cayó de las manos de Dresteq, y golpeó suavemente contra la alfombra del suelo. El Capitán retrocedió tambaleándose, sin poder apartar sus ojos de la faz blanca y la sonrisa retorcida del asesino. Éste avanzó, y de un salto se plantó ante Jinyia, y le susurró algo al oído, mirando aún al Capitán. Dresteq sintió una furia indomable, y consiguió apartar los ojos de la cara del hombre. Con un gruñido, le saltó al cuello y le tiró al suelo, mientras intentaba ahogarlo con sus manos.
El asesino quedó sorprendido, pero solamente por unos segundos. Con fuerza inhumana lanzó con un solo brazo a Dresteq contra la pared, mientras se levantaba con la rapidez de la ira. Se acercó a su víctima, y lo levantó con una mano apretándole el cuello.


  • Eres fuerte, pero no lo suficiente. – siseó – Aunque no he venido a matarte. Sabes perfectamente qué es lo que quiero. Y lo tendré...
  • No sé nada – balbuceó Dresteq.
  • No, claro que no. Pero lo sabrás. Tu padre lo sabe. El mago no molestará. Que te lo diga. Y pronto. ¿Me oyes? Pronto. O habrá más muertes. Mantén la boca cerrada. 


Tiró a Dresteq contra el suelo, y luego subió de un salto al alféizar, extendió la capa y desapareció. El Capitán fue hacia la ventana, pero solamente pudo ver un murciélago volando a contraluz con la luna. Luego fue directo a la cama y zarandeó a Jinyia hasta despertarla. 


  • ¿Qué pasa? ¿Es de día? ¿Qué haces levantado? – preguntó medio despierta, y luego volvió a recostar la cabeza y se durmió.


Dresteq se tranquilizó algo, pero no pudo dormir más aquella noche.  


Había recibido una amenaza directa. ¿Significaba, pues, que tendría que pedir directamente a su padre que le revelase el maldito secreto? ¿Qué clase de secreto podría ser? Dresteq estaba asustado y furioso al mismo tiempo. Estaba harto de las insinuaciones, desgracias y ataques a su familia. Y temía mucho por Jinyia. 
Su amor por ella era indescriptible. Sabía que si a ella le pasara algo, él moriría rápidamente. Su vínculo era demasiado fuerte. Su mirada le cautivaba y su voz clara y suave le estrujaba el corazón. La abrazó y no separó de ella sus brazos hasta la mañana siguiente.


Poco después del desayuno, fue en busca de su padre, y entró en su habitación. Gurunthar estaba mirando por la ventana, disfrutando del sol matutino.
Dresteq se plantó ante él y, cogiendo aire, le dijo:


  • Hace dos años ya que me dejaste tu puesto. He intentado gobernar bien durante este tiempo, pero incluso así han ocurrido ciertos incidentes, algunos terribles, sin explicación aparente; y he observado que tu expresión siempre ha sido de resignación, como si ya supieses qué pasaba. Cuando murió el padre de mi esposa observé tu preocupación y vi tus murmuraciones con el Sabio Alatar. Intuí que su muerte no tenía nada de normal, incluso si una pelea o las actividades de un asesino común pueden considerarse como tal. Y con el ataque de los espectros, los mismos espectros que casi nos mataron a Jinyia y a mí hace años, solamente observé preocupación, una vez más, pero no sorpresa.
    He pensado mucho durante este tiempo, y hoy por fin me he atrevido a venir a ti. Te quiero mucho, pero debo hacerte una pregunta muy seria. Por favor, respóndeme con sinceridad. ¿Hay algo que debería saber como Capitán y que no me ha sido comunicado? ¿Existe algún secreto escondido, o algo que yo no sepa y que explique todo esto?
    Porque, de ser cierto, necesito que me lo expliques. Necesito conocerlo para poder luchar contra ese mal que nos oprime, y para poder decidir de qué forma lo combatiré.


Gurunthar se quedó en silencio, y palideció perceptiblemente. A buen seguro no se esperaba tal reacción por parte de su hijo. Recordó las palabras de Alatar y el terrible secreto. Su hijo parecía muy convencido y franco al preguntarle aquello. ¿Era realmente una buena idea mentirle, o tal vez desviar la atención? ¿O quizá confirmarle sus suposiciones, e intentar hacerle comprender la importancia que tenía el no revelarlo aún?
Se decidió por la última opción.


  • Dresteq, hijo, veo que eres muy perspicaz, y tu sabiduría supera incluso tu fortaleza. Veo que ni los más grandes secretos pueden esconderse sin ser descubiertos.
    Bien, pues. Sí, es cierto, hay un secreto que se mantiene y se guarda desde hace siglos. Un secreto que solamente se transmite de Capitán a Capitán, el cual lo preserva oculto durante toda su vida, y que lo transmite al heredero una vez éste toma el puesto. Nadie que no sea el Capitán, o también su esposa si así lo desea, y salvo el sabio Alatar; nadie más puede saber de él. 
  • Pues entonces, ¿por qué no me fue revelado este secreto hace dos años? ¿Qué problema hay? ¿No... no confías en mí?
  • Confío en ti más que en nadie en este mundo. Sé que lo guardarías con todo tu empeño y valentía. El problema no está en ti, hijo. El problema se halla en todos estos acontecimientos de los que has hablado. El sabio Alatar cree, y yo también, que alguien intenta hacerse con este secreto. Nadie lo había intentado jamás desde que se salvaguarda. Es la primera vez. La muerte del padre de Jinyia es sospechosa, y creemos que está relacionada. Alatar cree que los enemigos son tan poderosos que ni con tu buena voluntad es posible que lograras esquivarlos. Y el secreto es demasiado importante para revelarse por... error, o tal vez inconscientemente.
  • ¿A qué te refieres? ¡Nadie me lo arrancará jamás!
  • No es eso. Es posible que... lo lleguen a descubrir por otros medios. Si se toman tantas molestias... no será algo sencillo. Dresteq, hijo, no me obligues a contártelo todo, por favor. Sé paciente, el secreto te será revelado un día u otro. Respeta nuestra decisión. Por favor. Es lo mejor para todos. Compréndelo.
  • No, no lo comprendo. De hecho, no entiendo ya nada. ¿Qué te hace pensar que tú lo guardarás mejor que yo?  ¿Cómo puedes pensar que lo voy a revelar tan fácilmente? – dijo, pensando en Jinyia. Ya sabía el truco, y no iba a caer en él, pero de ningún modo se lo contaría a su padre, que sería capaz de apartarle de su esposa para protegerlo. - ¿Cómo puedes pensarlo? ¡No lo entiendo! Necesito saber ese secreto. Necesito saberlo. ¡Lo necesito!


Dresteq se detuvo de pronto. Estaba sudando y tenía los puños cerrados y los nudillos blancos. Su tozudez innata le había gastado una mala jugada, y ahora se daba cuenta. Su padre lo miraba, medio asustado. 


  • No sé por qué razón lo crees así... ¿Algo va mal, hijo? Cuéntame, por favor. 
  • ¡Déjalo!


Dresteq se volvió con presteza y salió de la habitación, enfurecido consigo mismo. Había hecho sospechar a su padre. Y su padre a buen seguro enviaría a alguien para llevarle sus preocupaciones a Alatar. Y Alatar vendría, y el jinete se vengaría. ¿Quizá con Jinyia? El Capitán apretó los puños con fuerza. Jamás permitiría que nadie le hiciese daño. 


En efecto, Gurunthar envió aquella misma tarde a uno de sus amigos y sirvientes de su época de Capitán a llevar un mensaje a Alatar. Dresteq, aunque se enteró, no podía hacer nada para evitarlo. 
Pero por suerte, al día siguiente, el mensajero no volvió con el mago, sino solamente con su respuesta para Gurunthar, fuese cual fuese ésta. El Capitán calmó sus ánimos, y se propuso no volver a pecar de imprudente, no sacando más el tema a relucir por el momento. El precio a pagar podía ser muy alto.


Los días fueron pasando, y llegó el invierno. Rangost se cubrió de un cielo plomizo que duró semanas enteras, y el cierzo bajó del norte, azotando los campos. 
Dresteq estaba muy intranquilo. El asesino quería una respuesta rápida, pero él  no podía aún preguntarle nada a su padre. Gurunthar todavía estaba preocupado, y muchas veces le lanzaba miradas intensas, intentando que su hijo compartiera con él sus problemas. Pero eso Dresteq no lo haría nunca. 
Por otro lado, consideró críticamente un tema que había pospuesto muchas veces, y pensó en la seguridad que ofrecía la Capitanía. Y decidió que como el Jinete lo perseguía a él, y parecía pensar solamente en su padre y él, Qun y Moeyia podían volver a la casa de Quolhad, pues aún vivían en la Capitanía, y la seguridad que ofrecían actualmente ambos lugares era similar. Por lo tanto, Moeyia y su hijo fueron otra vez a la antigua casa, y se unió a ellos un hermano de ella, para cuidarles. Y a partir de entonces volvieron a vivir como antaño.


La intranquilidad de Dresteq iba en aumento. Últimamente su carácter se había vuelto huraño y cerrado, y no se concentraba en su responsabilidad como Capitán. Jinyia sufría por él, y le preguntaba constantemente si se encontraba bien. 
La tensión y la espera frustrante le atormentaban, y fueron creciendo a lo largo de las deprimentes jornadas invernales; tanto que  Dresteq llegó a desear que el Jinete fuera a por él de una vez por todas. Quería terminar, enfrentarse a la misma muerte si fuera necesario, y que el destino decidiera. Estaba cansado de tener miedo, y de velar todas las noches hasta caer rendido de sueño, intentando evitar cualquier ataque a Jinyia. No podía aguantar más.
Su deseo no tardó en cumplirse. 

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