martes, 21 de septiembre de 2010

57
El Último Capitán

10.Sombras y despedidas

Los días siguientes fueron intranquilos, y entre los que habían asistido a los funerales había muchos murmullos de preocupación. En los barrios cerca del puerto corrió la voz que un asesino sin nombre mataba y después lanzaba maldiciones a los cadáveres de sus víctimas. Los sureños, en los pueblos o en la Gardereda, formaron sus propios grupos de discusión, y las conversaciones no eran muy agradables. Creían que el Capitán sabía más de lo que quería admitir, y que todos los sureños estaban en peligro.
Se sentían inseguros y desprotegidos.

Dresteq se ocupó de no dejar sola a Jinyia, e intentó descubrir algún signo raro en su carácter, pero no supo hallar nada. Solamente podía mirar sus brillantes ojos y quererla. Su amor era más fuerte que todas las tormentas. Y nada ni nadie lograría nunca separarlos.

Por otro lado, Moeyia y Qun fueron alojados en unas dependencias especiales para invitados de la Capitanía. Su seguridad estaba en peligro, y Dresteq no estaba dispuesto a permitir que vivieran solos en la casa de Quolhad. Al menos por el momento.
Además, aunque con pocas esperanzas, advirtió a los guardias que informasen de cualquier persona sospechosa, y les indicó en secreto algunas de las características que recordaba del tenebroso jinete.

***

Llegó el Fin de Año, que dejó paso al enero del 2933 de la Tercera Edad.
A mediados de enero, un día especialmente oscuro con nubes de tormenta que cubrían el cielo, en la quinta Mintauni la vigilancia era tranquila. Aquel día las alimaras de todas las Mintauni estaban encendidas, pues la visibilidad era mala debido al tiempo.
La quinta Mintauni, situada entre la Puerta Este y la sexta Mintauni, cercana a la Puerta Norte del Barnae-qu, tenía una vista privilegiada sobre el Gran Bosque de Garsil, que se extendía en el horizonte, una oscura masa arbórea justo al norte. Los diez guardias que habitaban la torre vigilaban en turnos por parejas, y cada imaginaria duraba algo más de dos horas.
Aquel día ya tocaba a su fin. En un día normal, el sol justo se habría escondido bajo el horizonte. La pareja vigilante hablaba ya en voz baja, más por el respeto de la oscuridad reinante que no por necesidad. Un viento tempestuoso y helado se estaba levantando desde el norte, y los dos guardias se taparon con sus capas. Miraban fijamente el bosque, pero con la serenidad previa al sopor del cansancio. A consecuencia de ello, tuvieron que observar repetidas veces el bosque antes de asegurarse que lo que veían no eran alucinaciones ni sueños. Una niebla blanca fluía imparable del bosque como una gran marea avanzando inexorable, y se dirigía hacia el Barnae-qu.
A mucha velocidad.
El cierzo aumentaba su violencia por momentos, y empezaron a llegar a sus oídos algo semejante a aullidos y gritos lejanos.

Con una exclamación, avisaron a los demás que subieron a la atalaya rápidamente. Al ver una vez más aquella niebla antinatural avanzar de aquella forma, no dudaron ya ni un segundo. Según un plan establecido con las otras Mintauni, los guardias apagaron rápidamente la alimara de la quinta torre, al mismo tiempo que soplaban el gran cuerno de alarma, que el viento se encargó de dispersar en todas direcciones.
Poco después, la sexta torre y la cuarta apagaron sus alimaras, y torre tras torre, la secuencia se repitió hacia el norte y el sur hasta haber dado el aviso a todo el Barnae-qu. Siete cuernos gigantes lanzaban al aire embravecido llamadas de alarma.
Rápidos jinetes cabalgaron raudos hacia Rangost para avisar del peligro, mientras otros entraban en los pueblos al norte y sur del Barnae-qu, quienes ya estaban tensos al no ver las luces de las torres, y también en la Gardereda, alertando a la gente para que entrase en sus casas y las cerrase inmediatamente a cal y canto.

Desde la quinta Mintauni, la punta de lanza del Barnae-qu en aquel ataque, ya se oían los profundos aullidos, semejantes a los maúllos de los gatos. Todos los páramos entre el bosque y la muralla estaban cubiertos por formas espectrales y demoníacas, en veloz vuelo contra la torre. Los guardias de la torre bajaron corriendo a los aposentos inferiores y se recluyeron dentro, temblando y con sudor en los rostros.
Pasaron pocos minutos antes que un huracán neblinoso saltara el Barnae-qu con toda su furia y arremetiese contra los campos de la Gardereda, extendiéndose sin control, como una marea sin fin. El terror se adueñó en pocos momentos de aquellos parajes, y todo ser viviente que se encontrase desguarecido era atacado sin piedad. Todos los animales de las granjas que habían quedado fuera de sus corrales fueron cruelmente despedazados, y la gente que aún corría buscando refugio lanzaba gritos de pánico y agonía cuando era alcanzado, gritos que se propagan en todas direcciones, aumentando el miedo y la desesperación.

La gran avalancha de criaturas de la oscuridad empezó a extenderse hacia el sur y el oeste, cercando a la ciudad, mientras que al otro lado del Barnae-qu otro flujo espectral atacaba también los poblados próximos.
En Rangost, la alarma era general. Todo el mundo huía sin control, corriendo por las calles y entrando por la primera puerta que se encontrase aún abierta. Gritos salvajes y cuernos a toda potencia resonaron desde las murallas cuando el ejército de las tinieblas embistió contra las defensas de la ciudad, y las pasó por encima como olas enormes de niebla fantasmal. Algunos guardias cayeron desde lo alto de los muros de piedra, con alaridos de muerte.
Los espectros se dispersaron como una riada por todas las calles y plazas, y ocuparon la ciudad en una algarabía de gemidos y lastimeros maullidos.

Pronto llegaron a la Capitanía de los Cazadores, pero entonces se oyeron los cascos de un caballo. Era Alatar el Sabio, que velozmente salió por las grandes puertas de la fortaleza, cabalgando un enorme corcel negro y con la vara alzada. Destellos de luz cegadora se expandieron desde su extremo, iluminando todo cuanto estaba a su alcance. Los espectros lanzaron desgarradores gritos y se apartaban a su paso, mientras el mago recorría al galope todas las calles, salvando así a mucha gente que estaba siendo atacada.
Horas y horas cabalgó Alatar durante aquella noche infernal, ahuyentando a los espectros con la luz de su vara; porque cuando en Rangost todo el mundo estuvo a salvo dentro de las casas, Alatar salió por las Grandes Puertas de la ciudad y recorrió como una tempestad brillante la Gardereda, atravesó la Puerta Norte y barrió los pueblos al norte de la ciudad; y aún tuvo tiempo de ir raudo hacia los pueblos del sur atravesando toda las Tierras de los Cazadores con la velocidad del rayo.

Con inmensa fatiga, volvió Alatar a Rangost, una vez llegó el alba y el sol disipó a los últimos espectros, que volvieron a la tierra y se deshicieron en el aire matutino.
Dresteq envió enseguida a los soldados por toda la ciudad, para ayudar a quien lo necesitase y para evaluar los daños. Cincuenta personas habían muerto dentro de las murallas. Pero en los pueblos y en la Gardereda el daño había sido mayor. Cuando llegaron las primeras noticias a Dresteq, se hablaba ya de algunos centenares de personas. Los pueblos del norte y la Gardereda habían sido los más afectados, pero también los del sur, pues Alatar había ido allí en último lugar.

Como resultado, voces airadas de impotencia se alzaron desde los distintos municipios y distritos, lamentando las víctimas y protestando por la inseguridad. Varias de las familias de los sureños estaban al frente de las acusaciones, y exigían la intervención pública del Capitán y Alatar, para saber qué pensaban hacer para solucionar el problema. El Capitán decidió que era justo.
Dresteq los convocó en el Cerco de Cazadores dos días después. Casi doscientas personas se encontraban allí, sentados en sillas y taburetes, cuando Dresteq y Alatar comparecieron ante ellos sentados en lo alto de una pequeña tarima, y se dispusieron a escucharlos. Particularmente Alatar parecía afligido.

Las quejas y discusiones empezaron y se alargaron toda la mañana. Mucha gente argumentaba que a un ejército normal se le podía combatir, pero no a los fantasmas. Alatar podía ser una gran ayuda, pero era evidente que no era capaz él solo de hacer frente a todos ellos ni era garantía de seguridad. Y los guardianes y soldados de Rangost se habían escondido como cualquier otro durante el ataque, pues sus armas no podían nada contra aquellos seres.
Alatar escuchaba con los ojos cerrados todo aquello, y comprendía su impotencia.
Luego pidieron que Dresteq hablase y contase qué sabía de todo aquello, y los sureños se empeñaron que aclarase también la muerte de Quolhad. Dresteq intuía que el ataque de los espectros tenía algo que ver con la muerte del padre de Jinyia, pero no podía explicar a nadie lo que sabía, y menos con Alatar al lado. Sería peor para todos. Estaba a punto de responder con evasivas, cuando otra voz se elevó entre los allí presentes.

  • Nuestro mago ha luchado valientemente para salvarnos, pero es cierto que se ha visto sobrepasado. Sin embargo, esta vez estábamos desprevenidos. Nadie supo del ataque hasta que llegó al Barnae-qu. Todo fue muy rápido.
  • ¿Y qué sugerirías? – le preguntó Dresteq.
  • Necesitamos un vigía, un guardia en el bosque que nos avise del peligro mucho antes de un ataque. Ha habido dos ataques de esos fantasmas este siglo. No podemos saber si el próximo será dentro de cinco años o cinco días. Pero si tuviéramos a un guardia avanzado, podría avisarnos con antelación y la gente dispondría de más tiempo para ocultarse.
  • Tu idea es sensata, pero ¿quién querrá ponerse en peligro de tal forma? Irse a vivir al Bosque de Garsil no es algo muy placentero.
En ese momento, Alatar se levantó.

  • Dresteq, mi Capitán, sugiero que consideréis la posibilidad que deje de ser vuestro consejero, y que sea yo quien vaya a vivir al bosque. Como bien ha dicho este hombre, quizá sea de más ayuda avisando del peligro a tiempo que no intentando remediarlo cuando ha llegado. Estoy dispuesto para ejercer de guardián. Al fin y al cabo, la vida de ciudad también es cansada, y algo de reposo me iría bien.

Dresteq se sorprendió de tal actitud, que por otro lado parecía sincera, y sin duda nacía de la impotencia que debía sentir el mago. Pensó en lo libre que estaría también de ojos espiando sus movimientos e intentando descubrir maquinaciones por todos lados. Dresteq podría dedicarse a investigar por su cuenta todos aquellos hechos sin tener que disimular sus intenciones ante Alatar o su padre. Porque su padre podía aconsejar pero no impedir las decisiones que tomara su hijo. Alatar sí que podía entorpecerlas, y Dresteq quería ser dueño por entero de sus actos y decidir según su criterio.

Aunque, por otro lado, era cierto que con el mago a su lado se sentía más seguro. La ciudad sin Alatar estaría más desprotegida, eso era indudable. Sin embargo, pensó Dresteq, quizá aún se pudiera vivir sin esa relativa seguridad. Aún tenía un ejército, y tenía amigos en las Colinas de Hierro, y más allá. No estaban solos. Tenían una fortaleza bien defendida. Y a un asesino se le podía capturar, después de buscar un poco.

  • Bien, no negaré que echaré de menos tu ayuda y tu protección. Además, digan lo que digan, hace dos días salvaste muchas vidas, y eso se merece un agradecimiento que no tiene medida. Gracias, mi buen amigo, por todo lo que has hecho hasta ahora, y también por lo que te dispones a afrontar. No seré yo quien niegue tal generoso ofrecimiento. Sin embargo, no vivirás en cualquier sitio. Mañana por la mañana, mandaré a mis mejores constructores para que diseñen y alcen una torre digna de ti y de tu trabajo. Y, una vez más, gracias por todo.

Al parecer, la idea también gustó a todos los reunidos, pues después de aquello no hubo ninguna queja ni pregunta más, y todos fueron dispersándose. Dresteq los contempló uno por uno, hasta encontrarse con una mirada penetrante que procedía de alguien escondido bajo la sombra de una casa. Aquella mirada le entró directamente al corazón y sin saber por qué se le erizaron los pelos de la nuca. Se volvió y con Alatar retomaron el camino hacia la fortaleza. Pero Dresteq no estaba ya seguro de haber decidido lo correcto.

Como había prometido el Capitán, al día siguiente comenzaron los preparativos para la construcción de la torre. Se decidió ubicarla justo en el centro del Bosque, y que fuera muy alta, para poder divisar por encima de los árboles muchas millas a la redonda.
Se tardó unos cuatro meses en su construcción, y se limpió un camino entre los árboles para poder llegar más fácilmente a sus puertas, un camino que desembocaba en la Puerta Norte del Barnae-qu.
Finalmente, a mediados de junio, Alatar se trasladó a vivir definitivamente en la torre. Ésta, llamada a partir de entonces simplemente la Torre del Mago, se alzaba en el centro de un gran claro, y se elevaba a muchos pies de altura. Durante su construcción se había utilizado roca dura y firme, y parecía digna de un rey. Alatar agradeció a Dresteq su dedicación, y le prometió que vigilaría sin descanso, y estudiaría todos los acontecimientos pasados hasta hallar una solución para tantos enigmas. Y le hizo prometer que de haber algún problema en Rangost le avisase sin contratiempos.

Rangost se había quedado sin Alatar.


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