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El Último Capitán
6.Llegada a Rangost
Los Labios Maulladores habían atacado las aldeas. ¿Por qué?, se preguntaba el hijo del Capitán. ¿Por qué?
Se acercó a Jinyia y la consoló como pudo.
Guost, el soldado, dijo entonces:
- No nos quedemos aquí. Vuelve la noche. Mejor sería que huyéramos hacia Rangost lo más rápidamente posible. Aquí no hay mucho que hacer.
- Pero quizá quede alguien con vida. Sería un horrible crimen dejarlo aquí solo y sin ayuda. Aunque haya pasado un día entero desde el ataque, debemos investigar. Quizá,... – añadió en un susurro – su madre pudo huir.
Guost tragó saliva y luego declaró, intentando ocultar el temblor de su voz:
- Váyase, mi señor. Huya con la chica y su padre. Me quedaré a investigar. Los aldeanos me ayudarán. Cuando nos aseguremos que no queda nadie vivo para rescatar, seguiremos vuestro camino lo más rápidamente posible.
Dresteq asintió.
- Gracias Guost, su valentía le honra. Que así sea. Pero no se exponga a peligros innecesarios. Vuelva con los demás lo más rápidamente posible.
Aquella noche había de resultar tranquila, sin embargo. Unas cuatro horas después, Dresteq llegó a la Puerta Este del Barnae-qu. Era noche cerrada, pero no bien se hubo identificado, los guardias abrieron de golpe el portón. Como era muy tarde y estaban agotados, Dresteq pidió dormir en los aposentos de los guardias del Barnae-qu para los tres, y también mandó a uno de ellos urgentemente hacia Rangost, para encontrar un sanador para Quolhad.
Tres horas después, cuando ya faltaba poco para el alba, llegaron Guost y los dos aldeanos, acompañados felizmente por una pequeña comitiva formada por unas cincuenta personas, entre hombres, mujeres y niños, más otro soldado. En total, unas quince familias. Sin embargo, la madre de Jinyia no estaba entre ellos. Uno de los aldeanos la había encontrado cerca de su quemada casa, medio enterrada entre los escombros.
El soldado que los acompañaba era Duswath, aquel que junto a Guost había encontrado a Dresteq y Jinyia en los páramos. Según supo después el hijo del Capitán, cuando los espectros se despertaron Duswath había sido el encargado de galopar hacia las aldeas para avisar del posible peligro. Pero los espectros eran muy rápidos. Tuvo que forzar al caballo hasta el límite para llegar con ventaja. Aún así, pudo hacer bien poca cosa. Al conocer la noticia y ver lo que se les venía encima, la gente huyó aterrorizada hacia el sur, pero la mayoría no tuvo tiempo; y cuando los demonios atacaron fieramente las aldeas, algunos aldeanos intentaron ahuyentarlos con fuego, pero se provocaron incendios que empeoraron la situación.
Los pocos que habían podido escapar con Duswath, el soldado, se habían dirigido hacia el Último Puente y se habían resguardado en la otra ribera del Edelkel. Siguiendo las huellas que habían dejado en la nieve sucia, visibles aún debido a la ausencia de tormentas durante el último día, Guost y los aldeanos allí los encontraron, con gran alegría de ver a alguien vivo. La mayoría pertenecían a la aldea sur, que había podido escapar más deprisa al ver a lo lejos la humareda y oír los gritos.
Todos ellos se acomodaron lo mejor posible en los aposentos de los guardias y durmieron hasta bien avanzada la mañana.
Dresteq, sin embargo, se despertó pronto. Jinyia estaba junto a su padre, que al parecer mejoraba lentamente. El sanador y sus ayudantes habían llegado justo después de Guost y los supervivientes, y luego de observar a Quolhad había indicado que presentaba síntomas de congelación y que estaba muy débil. Había mandado entonces a sus ayudantes a los bosques del sur de la Gardereda, a buscar hierbas medicinales, y se había pasado el resto de la noche curando al aldeano, así como a otros de los supervivientes que necesitaban de su ayuda. Sin embargo, Quolhad perdió todos los dedos de su mando derecha y un par de su mano izquierda.
Cuando por fin despertó, Dresteq ya se había ido a Rangost para informar de todo lo sucedido a su padre.
El Capitán Gurunthar oyó horrorizado todos los hechos acontecidos en los últimos días.
Alatar el Sabio, al lado del Capitán, escuchaba con una expresión impenetrable todo cuanto decía Dresteq. Sin embargo, sus ojos translucían una mezcla de pesimismo, horror y perplejidad. Antes que el hijo del Capitán hubiese terminado de hablar, se volvió y marchó de la sala con prisas. Poco después, salía del establo de la Capitanía montando su caballo y atravesaba raudo las puertas de la ciudad, en dirección al Barnae-qu.
Gurunthar hizo que su hijo le acompañara hasta los supervivientes. Al llegar a la Puerta Este del Barnae-qu, encontraron que Quolhad ya estaba levantado. Sus manos estaban vendadas y se le veía pálido, pero parecía estar bien. Sin embargo, sus ojos no podían esconder la desesperación. Le habían contado lo del pueblo y su mujer.
El Capitán habló con él y con el resto de los supervivientes sureños, y lo primero que hizo fue disculparse por su falta de generosidad al no acceder en su momento a sus peticiones de alojamiento. Por otro lado, les prometió que a partir de entonces les buscaría residencia en la Gardereda o en los pueblos colindantes a la ciudad, y que pasarían a formar parte de los Cazadores para siempre.
Aunque algunos se mostraron reticentes en aceptar las disculpas de Gurunthar, pues por su culpa mucha gente había muerto, sí aceptaron enseguida su ofrecimiento. No querían jamás volver a vivir en lugares tan peligrosos como aquellos.
Pasaron unos días, y Gurunthar cumplió su promesa. En la Gardereda se construyeron dos o tres granjas nuevas para algunos de los sureños supervivientes, mientras que otros prefirieron ir a vivir a pueblos como Aguada o Los Molinos. Quolhad y su hija fueron de los que se quedaron en la Gardereda, aunque los campos en esa época estaban vacíos y sus habitantes sobrevivían gracias a las provisiones almacenadas en los graneros y en Rangost.
Entretanto, Alatar había salido diariamente con su caballo, hacia los pueblos en ruinas. Inspeccionó sus alrededores, y cabalgó unas millas hacia el norte. Durante varios días y sobretodo por la noche, iba a investigar. Nunca vio regresar a los Labios Maulladores. Solamente oía los lamentos del viento gélido al agitar las ramas del Bosque de Garsil.
Alatar estaba cada vez más intranquilo. Hacia tiempo que sus indagaciones no daban frutos. Primero unos murciélagos habían hecho huir a los sureños hacia el norte, sin ninguna explicación aparente. Luego un misterioso jinete secuestraba a la hija de uno de ellos y se la llevaba a los pantanos legendarios de dónde provenían los temibles espectros asesinos que habían actuado bajo las órdenes de Jandwathe en la antigüedad. Más tarde, el jinete huía, al parecer despertando una vez más a los espectros. Finalmente, los Labios Maulladores atacaban al grupo de rescate, para luego bajar como un vendaval muchas millas al sur para destruir los poblados, y no volver a aparecer más.
En todo eso había alguna estratagema que Alatar no acertaba a ver.
Aquel maldito invierno le estaba volviendo loco.
Pocas semanas después, sin embargo, el tiempo empezó a mejorar. Era mediados de marzo y por fin el Invierno Cruel llegaba a su fin. El frío era aún intenso, pero el sol comenzó a deshacer la nieve acumulada, y los campos en Rangost pudieron volver a sembrarse, después de haberse perdido toda la cosecha de invierno. La vida en la ciudad y sus alrededores volvía a nacer. Las primeras hojas brotaron en los árboles del Bosque de Garsil, y el paisaje, poco a poco, fue reverdeciendo.
1 comentario:
Por el momento, la versión de este relato subida a la web de elfenomeno termina justo aquí. A partir de ahora, el relato es inédito.
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