37
La Leyenda de Raïq y Nolwa
(tercera parte)
Raïq estaba muy nervioso aquella mañana.
La boda se celebraría por la tarde y estaba de lleno en los preparativos, cuando oyó al mensajero que hablaba con su padre en la habitación de al lado. Y para su desgracia, oyó todo cuanto se dijo, incluso la orden de enviar un ejército de casi mil quinientos hombres para registrar en poco tiempo todas las tierras cercanas a la Ruta y expulsar a todos los bandidos que hubiera en ellas. Fue tal el impacto de aquellas palabras que se le nubló la vista y perdió el conocimiento.
Cuando lo recobró, se obligó a decidir una vez más sobre su destino y llegó a la conclusión que Nolwa era demasiado importante para dejarla a su suerte. Aunque no fuera a casarse con ella, no merecía la muerte. Raïq tenía una gran deuda con la joven y debía pagarla.
Así, haciendo un acopio de valor, se dirigió a la habitación de su padre y le dijo:
- Padre, he oído sin querer lo que has hablado con el mensajero. Perdona mi acusación, pero no puedo creer que dejes una persona abandonada así a su suerte. ¿No puedes enviar a nadie para ir a buscarla? Te quedan muchos hombres aún.
- Hijo, no me malinterpretes. Si envío un grupo de cien hombres a buscarla, se encontraran con trescientos orcos, y si envío mil, dos mil saldrán del Último Desierto. Contra bandidos puedo luchar, contra el demonio no lo sé. No deseo provocar una vez más la ira de ese sersobre Rangost, y hoy empieza una nueva vida para ti, y quiero que seas feliz. Además, los orcos no hacen prisioneros sino es para llevarlos con sus congéneres en sus guaridas y torturarlos y devorarlos entre todos. Esa desdichada chica debe estar muerta, por más dolor que esto cause a nuestros corazones.
- Padre, aún así creo que es tu deber enviar a alguien a buscarla. No podré vivir la fiesta tranquilo si no me haces este favor.
Raïq estaba intensamente pálido y gotas de sudor le corrían por la cara. Su padre se percató de ello y le dijo:
- No estoy senil aún, Raïq. Puedo ver en tu rostro algo más que preocupación. ¿Acaso esa chica te era conocida? ¿Acaso amiga incluso? Raïq, de veras lo siento, tienes que perdonar a un viejo como yo por no haberme dado cuenta antes. Comprendo tu tristeza, pero tienes que entender que no puedo hacer nada por ella. Hace muchas horas que fue secuestrada, y tú lo sabes. Esa chica ha dejado de sufrir. Piensa en eso.
Raïq sabía que su padre no cambiaría de parecer, pues siempre estaba seguro de lo correcto de sus acciones. Pero ello no impedía que cada segundo su corazón estallase en mil pedazos. Se volvió consternado y salió de la habitación. Su padre lo vio salir lentamente, y de pronto una sombra oscura le veló los pensamientos y un miedo extraño y terrible le oprimió el pecho.
El joven fue directo a su habitación y tan siquiera vio a su prometida Söon, que se encontraba al lado de la puerta de la habitación de su padre, con expresión grave. El hijo del Capitán se tiró sobre la cama y le saltaron lágrimas de desesperación.
Recordó entonces su pesadilla y el peso de la irrealidad de la situación le hizo cerrar los ojos y cayó en la oscuridad del sueño.
Y tuvo una segunda pesadilla.
En ella, de forma muy clara y mucho más real que la de la noche anterior, la figura negra de anchas alas se acercaba a él y le sonreía, mientras señalaba en una dirección, en la que se podían ver unas grandes montañas. Luego, el sueño se hizo oscuro, y vio una galería de roca iluminada con antorchas, y unos barrotes de hierro negro retorcido, y detrás de ellos, la suplicante mirada de Nolwa. Luego, un vapor helado veló la imagen y los ojos de un gran monstruo le miraron fijamente.
Se despertó de pronto, como si un relámpago le hubiera tocado, y su mente ya no pensaba con claridad. No dudó más. Él iría a buscarla. Allí donde estuviera. Sabía que estaba viva, y la encontraría. Porque ahora tenía una dirección.
Se levantó de un salto y fue hacia la puerta. Iba a salir a buscar rápidamente su caballo, cuando casi se dio de bruces contra Söon, que precisamente iba a entrar. Se miraron unos momentos, y él barbotó:
- Tengo que salir. Nos... nos veremos más tarde.
- No lo creo. – dijo ella lentamente.
Raïq observó su seria expresión. Ella susurró, con una mirada triste:
- Vas a buscar aquella chica, ¿verdad?
- ¿Qué... qué te hace pensar eso? ¿Cómo...?
- Acabo de escucharte, cuando hablabas a tu padre, el Capitán. Y todas mis sospechas se han evaporado. Serénate y escúchame. ¿Crees que no sé por lo que estás pasando? Hace mucho percibo que te has obligado a quererme, quizá por decisión de otros, quizá para no empeorar las cosas, no lo sé, pero lo que sí sé es que amas a Nolwa, y no a mi. Esta boda es tu suplicio. Es fácil adivinarlo. Hasta hace un rato no sabía quien era ella, pero durante todo este tiempo que hemos estado juntos sabía que existía. Y ahora lo has demostrado perfectamente, ante tu padre. No soy ciega, Raïq. Has estado amable, y un gran amigo siempre, pero nunca has tenido conmigo ese trato especial que dicta el amor. Y tu sufrimiento ha sido enorme, lo sé, se te veía cada día y cada hora, en tus ojos, en tus intentos de demostrar un sentimiento que no era el verdadero. Y yo sufría por ti y porque veía que estábamos representando una farsa ante todo el mundo. Me sentía frustrada y muchas veces me he aguantado las lágrimas al ver que todos mis sueños se desvanecían. Y yo te dejaba hacer, porque si hubiera dicho lo que sospechaba temo que tú lo habrías soportado aún menos, y para mi hubiera sido una deshonra. Pero no podría haber funcionado al final. Sin embargo, aún cuando sé seguro que tu corazón no es para mí, te quiero igualmente, porque a tu manera has intentado apartarme del dolor, y te lo agradezco. También sé que estás en apuros y creo poder comprenderte. El amor es algo que no puede ser descrito, ni dictado, ni explicado. Pero precisamente porque te quiero no puedo permitir que arriesgues tu vida de esta forma, allí en el este. Estás desesperado y esto…, me temo que será tu perdición. No quiero verte muerto, porque siempre serás alguien importante para mí, y si por mí fuera haría todo lo posible por detenerte. Aún así, si estás verdaderamente dispuesto a intentar lo imposible, a ir directo a las garras de la muerte por ella, yo… yo no te detendré. Te… te dejaré ir. De todas formas, no quiero que vayas solo, ¿me oyes? Solo prométeme eso. No vayas solo, por favor.
Estas últimas palabras las había pronunciado con dificultad, y en ese momento, bajó la cabeza y se volvió. Parecía como si hubiera agotado todas sus fuerzas para poder vaciar su corazón.
Raïq la miró, boquiabierto y confuso. Le parecía que la cabeza le iba a estallar. Al fin pudo encontrar palabras:
- Pero mi padre... no le puedo decir nada y nunca me dejaría sus soldados... y… tengo que ir.
A estas palabras siguieron unos segundos eternos, mientras Söon escuchaba aquellas palabras que tanto había temido. Raïq pensó en la niebla que envolvía a Söon en el sueño. Al fin ella se giró otra vez, lentamente pero con algo más de decisión:
- Sí… lo veo. Y yo cumpliré mi palabra. Puedes irte. Pero no solo. Toma a mi sirviente Molqät y rescata aquella muchacha. Debe ser enorme tu amor por ella para que te lances así, a la oscuridad con los ojos cerrados, y muy valiente por intentar vivir con este dolor durante todo este tiempo, y por otra parte, unir hoy nuestros destinos sería un horrible error. Sin embargo, hay otra cosa que quiero decirte. Estoy asustada. El corazón me dice que si intentas semejante hazaña, nunca volverás con vida. Y me aflige y acongoja esta idea, porque te aprecio mucho, y sé que tus virtudes y tu sabiduría te harían un gran Capitán, y también aprecio a Molqät, que es amigo además de sirviente. Pero haz lo que tengas que hacer, y no te demores, pues se acerca el mediodía y cada minuto que pasa es un minuto menos que tienes. Dime, ¿tienes alguna idea del paradero de esa chica?
- Alguna idea. –Y Raïq le contó su sueño, mientras Söon escuchaba con un rostro bastante pálido. Luego, Raïq comentó de pronto:
- ¿Y... y tú... qué harás? ¿Qué harás cuando no esté y todo el mundo se vuelva loco por mi desaparición? Es el día de nuestra boda… – los pensamientos del joven se arremolinaban como un huracán y no podía detenerlos.
- Yo no te he visto en toda la mañana. ¡Vamos! Coge una capa y cúbrete el rostro. Uno de los guardas de la puerta este del Barnae-qu es pariente mío. Le puedo pedir que os deje ir sin que tengas que descubrir tu cara. No cojas tu caballo blanco, te doy mi yegua y pasarás más desapercibido. Apresúrate, recoge todo lo que necesites. Te espero dentro de media hora en los establos.
Söon se dio la vuelta con rapidez y salió de la habitación, porque sus sentimientos volvían a estar a flor de piel. Raïq sintió que la turbulenta cantidad de pensamientos contradictorios le hacían hervir la cabeza. Pero decidió que solamente había uno importante. Lo que le había dicho su prometida le evitaba muchos problemas y ahora veía la partida más fácil. Raïq miró a su alrededor. Cogió de su ropero una capa de color ceniza, con una capucha grande. Su espada la tenía guardada con su funda en un cofre. La sacó y se la colocó en el cinturón de cuero. Se puso botas de viaje y llenó un fardo con ropa de abrigo. Seguidamente, salió de su habitación y sigilosamente bajó hasta la planta baja de la Capitanía. Tuvo cuidado de no encontrarse con nadie, pues ese día más que nunca era el blanco de todas las miradas.
Se deslizó hacia los establos, y Söon cerró la puerta por dentro. Raïq pudo ver que la acompañaba un hombre, un poco más joven que él, de faz decidida y aspecto saludable y fuerte. Söon le dijo que se trataba de Molqät, su sirviente.
Raïq miró al muchacho y un sudor frío le recorrió la espalda. Sus emociones le habían nublado la razón y no se había percatado que posiblemente ese joven moriría con él si le acompañaba, un joven que no tenía nada que ver con toda aquella historia. Así que se dirigió a Söon:
- Has sido una excelente amiga y no podré pagarte nunca lo que estás haciendo por mí, un hombre que ha fingido que te amaba, y al que todavía ayudas en la necesidad. Quisiera decirte con palabras lo que siento, pero… me es imposible describirlo. Sin embargo, tu sirviente no tiene por qué hacer nada por mí. Si viene conmigo, alta es la probabilidad de su muerte. No lo obligues, por favor. Si no vuelvo, es suficiente con uno.
- Molqät es un hombre de confianza y muy leal. Y por supuesto que no le he obligado. Ya te he dicho que es amigo mío, y le he contado muchas cosas de ti. Te admira y ahora que sabe toda la historia, está ansioso por ayudarte. No debes temer por él. Es fuerte y sabe de armas casi tanto como tú. Es posible que incluso llegue a salvar tu vida, cuando el amor o la desesperación te cieguen. Necesitas un guía, y no voy a permitir que salgas sin ayuda. Antes… antes iría a contarlo todo al Capitán… te lo aseguro.
- ¿Y si vuelvo con Nolwa, qué será de tu vida? ¿Y si no vuelvo? He roto un compromiso que era muy importante para ti... y aún no ha llegado lo peor.
- No pienses en esto ahora. Es tarde y no hay tiempo. Vete, antes que mis sentimientos me traicionen. ¡Corre! Acaba de sonar la campana del mediodía y te llamaran para comer. Intentaré distraer a la gente y podrás huir. ¡Vete enseguida!
- Nunca olvidaré lo que has hecho...nunca. ¡Buena suerte!
Molqät subió a su caballo y los dos jinetes se cubrieron con las capas y capuchas. Por suerte, el cielo estaba nublado y un viento frío proporcionaba la razón de tal equipamiento. Söon abrió las puertas del establo y los caballos salieron a los patios y se dirigieron a la entrada de la Capitanía. Molqät hizo un vago gesto de saludo al guarda y los jinetes la cruzaron hasta la calle. De reojo, Raïq observó como Söon corría hasta la puerta del edificio y entraba atropelladamente. Raïq no lo supo nunca, pero poco después Söon perdió todas sus fuerzas y desconsolada se abandonó al llanto. Era mucha la tensión que había soportado aquellos últimos días.
Los dos jinetes cruzaron la ciudad lentamente pero sin llamar la atención, en medio de toda la algarabía general. Muchos bardos estaban apostados en las esquinas y plazas y cantaban canciones populares, antiguas leyendas épicas sobre personajes famosos, héroes y gestas, tanto de sus lugares de origen (muchos eran de Esgaroth) como de Rangost y sus alrededores.
Raïq observaba toda aquella felicidad en el ambiente y se lamentó de su suerte.
En una esquina, un bardo de Rangost se había lanzado a recitar una oda sobre las hazañas de los magos en la antigüedad, y hablaba sobre Curunir y de su ataque contra la Sombra. Una estrofa le quedó grabada a Raïq, que decía:
...y Curunir el Sabio
todo mal desafiando
al este se fue, galopando
un punto bravío en el espacio
solo ante la oscuridad reinante...
Y el miedo, ofuscado hasta entonces por su decisión, le llegó de pronto y le fue invadiendo, y su caballo avanzaba cada vez más despacio. Para Raïq pasaron muchas horas hasta que por fin llegaron hasta las puertas de la ciudad, en el extremo oriental. Allí se detuvo y dudó. Fueron los segundos más largos de su vida. De pronto, otro bardo empezó a cantar cerca de allí.
... Pasa el invierno y llegan las flores
Bonito es el cogerlas,
pero, ¿has llegado a oler el prado,
disfrutarlo, antes que verlas?...
Raïq sacudió la cabeza y al recordar la alegre voz de Nolwa aquella vez en el bosque su mente despejó todo lo demás. Cruzó rápido el portal y Molqät lo cruzó tras él. Luego los dos jinetes se pusieron al galope, siguiendo el camino del este hacia las puertas orientales del Barnae-qu. Al llegar a ellas, pusieron los caballos al trote y luego al paso. Finalmente se detuvieron.
Uno de los dos guardas se acercó enseguida e hizo como si comprobara sus identidades. Luego dijo a los otros:
- Son dos mensajeros para los conflictos en la Ruta Comercial. Tienen autorización.
- ¿Y no podían haber salido por la puerta norte? Me da mala espina, eso. Ayer cometieron aquí un terrible error y...
- No te preocupes, y recuerda que hoy es la boda. Sin duda una puerta norte abarrotada de gente viniendo a la fiesta no es el lugar adecuado para salir con prisas, ¿no crees?
Fuera, un viento frío barría el páramo y las capas de color ceniza y arena ayudaron a camuflar a los jinetes de la vista de los guardas, así que poco después ya galopaban velozmente hacia el este. La cabalgata fue dura y duró toda la tarde. Raïq no pensaba ya en la boda anulada y en los problemas de Söon para intentar explicar todo aquello. En su pensamiento solamente se leía Nolwa.
Llegó la noche y acamparon en medio de los páramos desiertos, bajo unos arbustos. Molqät había llevado un fardo lleno de víveres, en los cuales Raïq no había ni pensado. Nadie los molestó aquella noche y a la mañana siguiente volvieron a emprender el camino.
Forzaron a los caballos tanto como osaron, sin llegar a extenuarlos, y seis días con sus noches tardaron en remontar el Edelkel hasta llegar a los primeros pendientes de la cordillera de las Orocarni, en el extremo norte. El frío era casi glacial aquel mes de febrero y los dos jinetes contemplaban un paisaje desolado y bastante seco, excepto en las orillas del río, donde crecían algunos árboles y arbustos. Acamparon allí mismo, cerca del río.
Durante el viaje habían sido pocas las palabras entre ellos, pero ahora Molqät preguntó:
- Capitán, ¿sabes qué es lo que debemos hacer a continuación? Pues ya hemos llegado a las montañas que viste en tu sueño...
- No me llames Capitán, por favor, pues no lo soy. Y a tu pregunta, pues vi una galería que debe pertenecer a alguna mina, y luego vi un dragón. Todo el mundo en Rangost ha oído hablar de esa leyenda del dragón del norte que vive en unas minas enanas, abandonadas hace edades enteras del mundo. Por lo tanto, hemos de hallar la entrada a una cueva.
Y con este propósito buscaron y buscaron durante dos días enteros. Al tercer día, Molqät por fin encontró un agujero. Estaba situado en una ladera, detrás de una roca, por lo que no se veía desde lejos. Probablemente correspondía a una guarida de orcos, ya que no se parecía en nada a una galería enana, pero era una cueva. Además, los captores de Nolwa habían sido orcos.
Raïq se detuvo ante la entrada, y Molqät estaba a su lado. Era un momento importante y Raïq, extrañamente sereno ahora, le preguntó:
- ¿Sabes de letras? ¿Eres hábil con la pluma?
- Sí, señor. Mi padre me enseñó. Incluso llevo encima algo de papel y carbón. Es mi pasión, si quiere llamarlo de esa forma.
- Perfecto. Porque necesito que me hagas un favor. Si vamos a entrar aquí dentro con esperanzas de salir alguna vez, tenemos que ir con precaución. Quisiera que fueras dibujando con líneas todos los caminos por los que pasamos, y yo marcaré todas las bifurcaciones que tomemos con una marca en la pared. Así no nos perderemos tan fácilmente, porque estoy seguro que el camino no será fácil. Aún así, debemos estar alerta y mantener las armas a punto. Allí dentro nos pueden esperar todo tipo de peligros, ¿de acuerdo? ¿Aún deseas ir conmigo? No deseo tu muerte, y es probable que la obtengas si continuas conmigo. Estás a tiempo de volver con tu señora, si quieres.
- Señor, mi deseo es seguirte, y no me importa el peligro que pueda haber. Nunca había hecho algo así, y deseo hacer algo más por vos antes que todo termine. No voy a volver atrás ahora y dejarte solo. Mi señora tenía razón en eso.
- Gracias, Molqät. Eres un buen compañero. Bien, no tenemos otro camino, así que ¡adelante!
Ninguno de los dos cayó en la cuenta que habían pasado muchos días desde su partida y que era raro que su padre, al conocer finalmente toda la verdad, no hubiera enviado a nadie para rescatar a su hijo, y también era raro no haber encontrado ni un peligro en los páramos durante todo aquel tiempo.
Pero había un motivo para ello, un motivo terrible y cruel. Pues nadie sospechaba que detrás de toda aquella historia se encontraba, una vez más, Jandwathe.
Porque Jandwathe sabía del secuestro de Nolwa por parte de los orcos, y le proporcionó un magnífico as para jugar contra Rangost.
Y es que nadie había reparado en ello, pero Raïq era el único heredero de la Capitanía. Jandwathe supo por sus espías, muchos de ellos animales aparentemente inofensivos de los bosques, del amor entre Nolwa y Raïq, y fue ella quien ordenó a esos mismos orcos llevar a Nolwa a la guarida de Nakmaring, el Dragón, donde también había huestes de orcos bajo su mando. También fue ella quien entró en los sueños del joven y le indicó el paradero de su amada, porque había preparado un cruel juego y Raïq era la pieza principal. Si hubiese atraído a Raïq hacia el Último Desierto, era muy probable que el Capitán Nahraq hubiese enviado un ejército, más pronto o más tarde como venganza, y ahora Rangost era poderosa.
Jandwathe no deseaba correr riesgos innecesarios y desvió la atención hacia el norte, donde nadie iría a rescatar al joven de las garras de un dragón milenario solamente para recoger sus huesos. Y le divertía ver como en su locura, el joven Capitán se lanzaba a la muerte tras su amada, que efectivamente aún vivía, si bien no por mucho tiempo. Porque al entrar en las cuevas, Raïq y Nolwa habían sellado sus destinos. Y si Raïq moría, no habría heredero para el puesto de Capitán, y eso sería un buen punto de partida para otras estratagemas con las que quería debilitar a la ciudad, provocando una vez más luchas internas que favorecerían la total destrucción de Rangost.
El plan de Jandwathe era tan meticuloso que, para evitar un rescate desesperado y posibles actos heroicos por parte de Alatar el Sabio, había enviado tropas orcas hacia Rangost que atacaron la mañana siguiente a la boda. Un ejército de unos dos mil orcos se lanzó contra el Barnae-qu, cogiendo a todo el mundo por sorpresa, por lo que consiguieron abrirse camino y entraron en la Gardereda, quemando las granjas y los cultivos. Luego se dirigieron contra Rangost. El Capitán Nahraq vio todo lo que le venía encima y desesperado por todos los acontecimientos; el terrible día de la boda, la huida de su hijo, los orcos y los bandidos de la Ruta; pidió ayuda a Alatar. Le contó todo cuanto pudo, añadiendo que muchos de sus hombres estaban aún en la Ruta Comercial y que se debía organizar a los que quedaban en la ciudad, porque él no tenía fuerzas para ello y además su parálisis le impedía cualquier acto de valentía.
Alatar convocó rápidamente a todos los Grandes Cazadores y coordinaron en poco tiempo algunos sistemas de defensa, que pusieron en práctica poco después.
Y así, mientras una terrible batalla se desataba en Rangost, Raïq y Molqät descendían hasta la oscuridad, muy lejos de allí, en una tierra extraña en el frío norte.
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