domingo, 6 de junio de 2010

35
La Leyenda de Raïq y Nolwa
(primera parte)

Cuentan las crónicas que el Capitán Nahraq tuvo un hijo llamado Raïq, heredero del puesto de su padre al frente de la Capitanía. Raïq fue un chico fuerte y sano que amaba mucho a su padre y su familia, pues su madre había muerto cuando él era pequeño, y tenía plena conciencia de su obligación como futuro gobernante de Rangost. Tenía interés por la historia de su ciudad y aprendió a leer y escribir con ilusión. Le atraía la gente y lo cotidiano, y muy a menudo salía a pasear por las calles de Rangost o viajaba a los pueblos vecinos, a los bosques y a la Gardereda, pero no más lejos. Su curiosidad quedaba saciada con sus tierras y su gente.

Cuando Raïq llegó a la edad de 28 años, esto es en 2568, su padre le llamó un día y le dijo:

  • Hijo mío, se acerca la época en la que mi trabajo terminará y pasará a formar parte de tu vida. Por esto y por tu edad creo que sería adecuado el hallar una mujer que te acompañe en tu difícil tarea y que también te dé hijos, entre ellos el heredero de tu puesto. Necesitas una esposa, Raïq.
  • Padre, creo que es sabio y justo lo que me pides, pero mi corazón no pertenece aún a ninguna mujer, por ahora. Te pido que me des tiempo antes de hacer este paso, pues es una decisión importante en mi vida.
  • Respeto tu opinión, Raïq, pero no te demores, pues estoy cansado y me gustaría ver como mi hijo y mi nuera empiezan a gobernar juntos, antes de irme de este mundo.

Pronto se esparció por la región la noticia según la cual el hijo del Capitán buscaba esposa, pero mucha gente comentaba:

  • Seguro que hay, en las familias en honor y posición cercanas a la suya, chicas que desearán ser su esposa. No hay por qué alborotar tanto. Además, estos son asuntos de la Capitanía, no nuestros.

Sin embargo, muchas jóvenes miraban con agrado al joven Capitán, y también con resignación. Y sucedió que fue pasando el tiempo y Raïq no mostraba signos de encontrar a nadie de su agrado, por lo que meses después su padre empezó a investigar por su cuenta. Finalmente halló en la familia de sus primos una joven bella y elegante, con el cabello negro azabache y una mirada inteligente, que mostraba interés por su hijo. Se llamaba Söon.
Así que poco tiempo después, llamó por segunda vez a su hijo y le dijo:

  • Raïq, sabes que siempre te he querido más que a nada del mundo, y me aflige el pensar que dentro de poco tiempo tendré que dejar mi cargo a tus manos y que quizá muera antes de verte feliz. Y para remediarlo, he hecho todo lo que estaba en mis manos y he hallado a una mujer que creo que puede ser para ti una muy buena esposa. He aquí a Söon, hija de una de las familias más cercanas a la nuestra y que te profesa una admiración sincera y te quiere, y creo que será una buena compañía y ayuda en tu tarea.

Raïq había escuchado en silencio a su padre y tenía el rostro más bien serio.
Luego, el Capitán Nahraq presentó a los dos jóvenes, que se miraron confusos. Ella observaba con ojos abiertos a Raïq, que bajó los suyos un momento e inmediatamente los levantó otra vez para vencer la mezcla de asombro, confusión y vergüenza que sentía. Se dieron la mano y se sonrieron tímidamente, pero acto seguido Raïq hizo un cortés movimiento con la cabeza y se alejó hasta salir de la habitación. Su padre murmuró unas palabras a la joven y le siguió.
Lo encontró en su habitación, mirando por la ventana. Nahraq dijo:

  • Hijo, ¿te pasa algo? Si quieres, dejamos las presentaciones para otro día. Quizá ha sido culpa mía el no haberte preparado...

Raïq asintió levemente con la cabeza. Su padre volvió con Söon y le comentó que su hijo debía meditar su decisión. Söon mostró signos de haberlo entendido y comprensivamente se retiró. Pero Nahraq se quedó intranquilo.

Raïq realmente no se sentía bien y para despejar sus pensamientos decidió dar un paseo a caballo por los bosques del sur de la Gardereda.
Mientras cabalgaba, su pensamiento estaba lejos del paisaje. La realidad era que se sentía dividido en dos. La joven que le había presentado su padre era realmente bella y parecía amable y de buen corazón, era en verdad una mujer que merecía ser querida, pero la sentía lejos, muy lejos de sí mismo. Quizá era solamente el hecho de haber sido presentada como un regalo, y que el encuentro no había sido ninguna casualidad del destino. Había vivido una situación que tenía poco que ver con los sentimientos intensos de un amor real. Era muy posible que en otras circunstancias, su amor hubiese sido sincero, pero ahora era casi una obligación, más fácil o más difícil, pero era un amor ya decidido. Su padre había roto sin querer el misterio del amor verdadero.
Pero Raïq amaba a su padre y sabía que sus intenciones eran buenas y no quería defraudarle. Se propuso seguir su consejo, y creyó posible llegar a querer de verdad aquella joven, pues realmente su padre había escogido quizá la mejor de todas las que él hubiera podido conocer.

Mientras, su caballo había llegado al bosque y se internó por extensos pinares en los cuales el sol jugaba entre las ramas y el olor a resina y el suave pisar de las agujas daban una atmósfera de paz que calmó los pensamientos del joven Capitán.
Se sentía tan a gusto que bajó del caballo y se puso a descansar a los pies de un pino realmente enorme, cuyas ramas se mecían apaciblemente. Cerró los ojos y escuchó el lento ir y venir del viento entre los árboles y percibió a lo lejos un sonido de agua cristalina, que pertenecía a un pequeño manantial que nacía y moría en aquel mismo bosque, dispersado entre múltiples accidentes del terreno. Los pájaros trinaban encima de él, revoloteando entre las agujas verdes de las copas y poco a poco le vinieron los sueños y se durmió. Pero después oyó una voz que recitaba alegremente no lejos de allí. Sus palabras llegaron a él casi en medio de los sueños y decían así:

... Pasa el invierno y llegan las flores
Bonito es el cogerlas,
pero, ¿has llegado a oler el prado,
disfrutarlo, antes que verlas?

Pasa la primavera y llegan los frutos
Sabrosos son en verdad,
pero ¿relucían al sol en el árbol,
brillaban, por curiosidad?

Pasa el verano y llegan las hojas
Necesario es barrerlas,
pero, ¿has oído el suave crujir,
el paso de la ardilla al recorrerlas?

Pasa el otoño y vuelve la nieve
Dolorosa y fría es, con el viento,
pero, ¿entre el rechinar de dientes,
su blanco puro has visto algún momento?

Pasan los días y el amor llega
Mucho dices quererme,
pero, ¿antes de besos y promesas
me has conocido realmente?

Raïq abrió los ojos, aún medio soñando, y se levantó, curioso. La letra de la canción le había llegado al corazón y sentía que de alguna forma le era apropiada. Naturalmente la había oído antes, era una conocida canción, inventada por algun bardo muerto hace tiempo, que ahora cantaban todos los campesinos en las fiestas populares.

Se dirigió hacia el manantial, porque le parecía que la voz procedía de allí. En una pequeña elevación del terreno se abría una grieta en la roca, por la que el agua se deslizaba formando un pequeño arroyo que se secaba poco después, al dispersarse por una suave ladera. Cerca del arroyo, una muchacha recogía ramas secas del suelo y las cargaba en unas alforjas que llevaba su pequeño poney. La joven iba danzando y se agachaba con gracia para coger la leña, tarareando aún la melodía de la canción. Tenía el cabello largo y oscuro recogido con un pañuelo bordado y su piel era de un tono más claro de lo habitual en la mayoría de la gente de la región. Raïq se quedó sorprendido por su belleza y se acercó un poco. Debió de hacer ruido porque la joven se giró y lo miró. Raïq recordó de pronto sus preocupaciones, y turbado se volvió y se internó rápidamente entre los árboles. Oyó que la muchacha le gritaba algo y que lo seguía, así que empezó a correr y llegó junto a su caballo, montó y raudamente huyó de allí.

Cuando llegó a Rangost no quiso hablar con nadie y durante unos días estuvo muy solitario. Su padre se preocupó aún más y no sabía qué hacer al respecto, así que decidió entretenerlo, y lo envió a la Gardereda para comunicar una ley a los campesinos de aquellas tierras sobre una nueva redistribución de los cultivos. Raïq no se pudo negar, así que montó en su caballo y galopó hasta las Tierras de los Campos. Se dirigió a la granja de la familia de más renombre de aquella región, los Azada, y anunció el nuevo decreto. El jefe de los campesinos informó al hijo del Capitán Nahraq que aceptaba la reforma pero el cambio no se produciría hasta el año siguiente, pues en aquel momento era algo poco menos que imposible. Raïq le respondió que comunicaría este detalle a su padre y luego se fue, saludando cortésmente a la familia. Montó en su caballo y se puso a galopar en dirección a Rangost.

Iba a salir de la región y pasaba ya junto a los últimos campos cuando de pronto vio en el camino, justo delante de su caballo, a aquella bella joven del bosque que esta vez se acercaba llevando un cubo de agua. Consternado y sin saber qué hacer quiso parar. Y detuvo tan súbitamente el caballo que éste se alzó sobre sus patas traseras e hizo saltar a Raïq de la silla de montar, con tan mala fortuna que su cabeza golpeó una piedra y quedó inconsciente.

Cuando Raïq despertó, no supo dónde estaba. Vio con alguna dificultad que se encontraba en una habitación rústica, bajo unas vigas de madera más bien sencillas. Fue necesario un cierto esfuerzo para empezar a recordar lo que había ocurrido, pues la cabeza le dolía. Intentó incorporarse, y en ese momento alguien entró en la habitación, por una puerta que estaba frente a la cama donde se encontraba. Era la joven del cubo de agua. Se miraron sorprendidos un segundo y de pronto ella le dijo, sin rubor:

  • ¡Hola! Veo que ya te encuentras mejor. Ha sido una tonta caída, nada más, no te preocupes. Siento mucho haber asustado a tu caballo...
  • Gracias, muchas gracias. Pero quizá debiera marcharme. Mi padre me estará esperando y...
  • No te preocupes por eso, mi tío ha ido a Rangost y le dirá al Capitán lo que ha pasado y que te quedas un par de días con nosotros hasta que te recuperes del todo. Seguro que lo entiende. Me siento responsable del accidente, eso es todo. Además, ¿eras tú a quien vi el otro día en el bosque, verdad? ¿Por qué huiste?

Raïq quedó perplejo y no respondió. Ella sabía quien era él y aún así le hablaba como si fuera su hermano. Y es que siempre le había gustado el tono familiar de la conversación de los campesinos y artesanos, pero con él siempre se mostraban respetuosos y formales. No estaba acostumbrado a este trato cálido. Con timidez pero intentando aparentar formalidad, cambió de tema:

  • ¿Cuál es tu nombre, si puedo preguntarlo?
  • Me llamo Nolwa.
  • Mi nombre es Raïq, hijo de Nahraq.
  • Ya lo sé. Yo no tengo padres, murieron hace mucho y vivo con unos amigos de mi madre.
  • Vaya, lo siento muchísimo.

Y no supo qué más decir.

Raïq se pasó un día entero con la actual familia de la muchacha y estuvo repleto de atenciones, aunque era Nolwa quien se quedaba siempre cerca para ponerle vendajes en la frente. Raïq había intentado no dar importancia a su estado, pero se había dado cuenta que el golpe había sido fuerte, pues a menudo le parecía que la cabeza le iba a estallar, y de esta forma tuvo que dejarse cuidar. Pronto, ayudado por el alegre tono de conversación de Nolwa, fue perdiendo el miedo y se explicaron muchas historias entre ellos, tantas que al final incluso Raïq le confesó sus preocupaciones. Nolwa se quedó pensativa, pero al observar su rostro entre triste y confuso decidió no hablar de ello para no empeorar la situación.

Fue un día muy especial para el hijo del Capitán, y cuando tuvo que marcharse lo hizo un poco a desgana, aunque pensó enseguida que se estaba comportando como un niño, y además su padre lo esperaba. La despedida fue bastante familiar, y Raïq agradeció muchas veces las atenciones que había recibido. Nolwa le deseó mucha suerte, y le miró muy intensamente. Raïq sintió esa mirada más que ninguna de sus palabras y le quedó grabada.

El Capitán Nahraq fue muy generoso con la familia de Nolwa y les recompensó con dinero y propiedades. Pero Raïq ya no fue nunca el mismo de antes. Su pensamiento iba ahora de Söon a Nolwa y de Nolwa a Söon, y sus dudas le sumieron en una depresión. Nahraq llamó a todo aquel con instrucción en el arte de la curación, de las hierbas y males comunes. Pero le dijeron que lo que padecía su hijo no era ningún mal físico y que nada podían hacer por él.

Y una vez más, Nahraq se precipitó, pues a su edad creyó más en su criterio y sabiduría que en los latidos de un corazón joven, y pensó que las dudas de su hijo eran debidas al miedo y a la inseguridad. Y por ello decidió poner fecha a la boda, considerando que Raïq afrontaría su vida con más decisión si veía su camino marcado. Y marcó el trece de febrero del año próximo, el 2570, como día de la boda entre Raïq y Söon.

Raïq, al contrario de lo que esperaba su padre, no se tranquilizó. Sus aires ausentes persistieron y empeoraron incluso.
Quizá Raïq debiera haber confesado entonces sus dudas al Capitán Nahraq, pero por temor a no ser entendido o por orgullo o por lo que fuere, no lo hizo.

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