34-PRIMER INTERLUDIO
El viento encumbraba la hierba y formaba meandros al lado de la muchedumbre. La oscuridad del atardecer empezaba ya su contienda con el sol durmiente, y el cielo se teñía con el rojo de tal batalla.
Fue entonces cuando los bardos se inclinaron ante los asistentes y se retiraron. La muchedumbre, inicialmente bulliciosa, estaba sumida en el silencio del crepúsculo, atentos.
Un grupo de personajes con distintos ropajes se aproximó, procedentes de la ciudad. Desde el fondo del prado, al otro extremo, unos músicos llegaron al son de la delicada lira, llevando a cuestas todo tipo de instrumentos.
El primer grupo ocupó el lugar de los bardos en el centro del prado. Había personas de ambos sexos, y sus vestimentas eran muy dispares. Según se había dicho a lo largo del día, se trataba de un nuevo tipo de bardos, cuya principal misión seguía siendo contar historias, pero en este caso iban a interpretar mínimamente a los distintos personajes de esas historias.
Los músicos se colocaron un poco apartados, entre las sombras. El silencio reinó en el lugar unos instantes.
Un ligero sonido se alzó en la penumbra. Una nota ganó en altitud y decayó. La madera rasgó la cuerda y una pequeña melodía nació entre la hierba y subió al viento. Una melodía que ganó fuerza un momento, luego dio unos giros imprecisos. Una flauta acompañó. Una lira envolvió. Y continúo, perdiéndose entre la muchedumbre.
Una familia proveniente del Este, sentada en la hierba, se cogió de las manos. Sus ojos brillaban. Una lágrima resbaló.
El escriba anunció a la multitud:
- Hoy, para terminar, una historia importante. Que dé comienzo...
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