26-La Hazaña de Curunir
En el año 2101 de la Tercera Edad, Curunir volvió de su viaje, pues ya habían llegado a su oído rumores sobre la nueva oscuridad del norte.
Alatar le informó de las indagaciones que Nebula había realizado hacía ya 37 años y le contó con intranquilidad que la oscuridad aún se extendía sobre el Último Desierto, y que durante los últimos años el clima había cambiado: fuertes sequías habían castigado todos los territorios entre la morada de Jandwathe y Rangost, y el paisaje se había vuelto pobre, sin vegetación.
Las penalidades ya habían llegado a la ciudad, porque los granjeros se quejaban de la falta de forraje para los animales y los campesinos de la Gardereda perdían ahora muchas cosechas, y el alimento escaseaba en la ciudad. La flota de pescadores había aumentado visiblemente cada año desde diez años atrás.
En esta época gobernaba el nieto de Tyor, el Capitán Rösq, hijo de Tarqust.
La situación era tal que Rösq había aconsejado iniciar relaciones comerciales en las tierras de los balchoth, un pueblo de orientales que eran considerados bandidos y asesinos y que habitaban las antiguas tierras de Dorwinion, en las costas occidentales del Mar de Rhûn.
Habían aprovechado la emigración hacia Gondor de las gentes de Dorwinion, iniciada hacia un par de siglos después de las incursiones de los Aurigas, y se habían adueñado de sus tierras. A pesar de su siniestra reputación, el hambre propició que grandes carretas y también embarcaciones cargadas con plata y bronce de las minas empezaran a salir a menudo hacia el oeste para volver con alimentos que a duras penas llegaban en buen estado de conservación.
La situación se volvía insostenible y no se podía hacer nada al respecto.
Curunir debatió todo esto con Alatar y con Rösq. Si las tinieblas que permanecían en el Último Desierto pertenecían a Sauron en persona, era descabellado intentar atacarlo, pues los Sabios no pueden usar su poder directamente contra el Señor de los Anillos.
Pero por otra parte, si ese poder era Sauron, había huido, estaba escondiéndose. Probablemente el Último Desierto, lejos de sus enemigos y aislado detrás de enormes grietas y accidentes naturales constituía un mejor refugio que no su antigua fortaleza de Dol Guldur y se podía llegar a suponer que por el momento no intentaría atacar a nadie, ni Jandwathe tampoco.
En consecuencia, según Curunir, Rangost estaba libre de amenaza si no se le provocaba. Alatar recordó sin embargo que Sauron podía estar nuevamente adquiriendo forma y poder, y se preguntó si era prudente dejar ese cabo suelto en un tema tan importante. Pues Sauron podía volver en cualquier momento, si es que de veras se trataba de Él, con fuerzas muy superiores y llegar a constituir una amenaza para toda la Tierra Media.
Curunir meditó un rato y al final tomó una decisión. Él mismo se dirigiría a los parajes cercanos al Último Desierto e intentaría averiguar la naturaleza real de esa tétrica atmósfera. Si realmente se tratara de Sauron, Curunir esperaba detectar alguna reacción en respuesta a su presencia. Como medida de seguridad, Alatar permanecería con los Cazadores y en caso de un ataque, poco probable según Curunir, siempre sería una garantía de resistencia. No se podía continuar con aquella espera angustiosa.
El Capitán Rösq estuvo de acuerdo, e incluso ordenó a los principales Cazadores de su pequeño ejército que se preparasen para un eventual ataque. Los Cazadores era el nombre con que se designaban los jefes de las tropas, que contaban con un total de aproximadamente 1500 hombres adiestrados en el manejo de las armas para prevenirse definitivamente de los ataques imprevistos.
De esta forma, Curunir partió en dirección al Último Desierto. Los Cazadores le prestaron un caballo que le permitiría viajar más rápidamente, y pronto se alejó en el horizonte, una figura blanca resplandeciente hacia la inmensidad gris.
Con la capa nívea revoloteando a sus espaldas y con el rostro ceñudo, Curunir llegó un día y medio después a los límites occidentales de la morada de Jandwathe.
Una oscuridad impenetrable aparecía como una muralla justo delante. Curunir desmontó del caballo y observó las grandes nieblas suspendidas sobre la colosal depresión, que parecían acentuar la profundidad de los vertiginosos precipicios que se abrían a sus pies.
Una oscuridad impenetrable aparecía como una muralla justo delante. Curunir desmontó del caballo y observó las grandes nieblas suspendidas sobre la colosal depresión, que parecían acentuar la profundidad de los vertiginosos precipicios que se abrían a sus pies.
El mago blanco alzó su vara, que se iluminó con una luz incandescente. El resplandor golpeó con fuerza las tinieblas, intentando abrirse paso. Los vapores negros, que habían permanecido inalterables hasta entonces, se movieron sin que ningún viento soplase. Poco a poco, toda la niebla que constituía la muralla oscura tembló y se retorció, creando pequeños remolinos y nubes. La luz de la vara se apagó.
Curunir avanzó un paso hacia la muralla y el abismo. La niebla no se movió, y luego intentó rodear al mago. Pero la vara volvió a encenderse de repente y brilló aún más fuerte que antes.
Curunir gritó:
- ¿Quién eres?
En este momento, la niebla pareció retroceder unos pasos. Toda la muralla, inmensa, de muchas millas de largo, se movió lentamente hacia atrás.
La luz de la vara se intensificó por segunda vez. Otra vez Curunir preguntó:
- ¿Quién eres?
Y avanzó otro paso. La oscuridad no se inmutó, pero unos momentos después retrocedió algo más. Curunir alzó la vara más alto.
- ¿Quién eres? ¡Si no obtengo respuesta me abriré paso hasta encontrarte!
La vara del mago brilló, intensificándose por tercera vez. Un sonido semejante al de un trueno lejano retumbó por el desértico paraje. Las nubes se movieron y la oscuridad empezó lentamente a avanzar hacia el este, alejándose de Curunir.
El Sabio permaneció en su sitio. La vara se apagó. Las tinieblas fueron alejándose cada vez más. Y más.
Curunir se mantenía rígido, esperando. Unas dos horas estuvo allí, observando el lento retroceder de la oscuridad. Finalmente ésta se detuvo. Se encontraba aún sobre la depresión, pero al otro lado del Último Desierto, muchas millas más hacia el este. No volvió a moverse. Había preferido apartarse antes de atacar. Curunir se dio por satisfecho, montó en el caballo y volvió a la ciudad.
Cuando los habitantes de Rangost supieron lo que había hecho quedaron atónitos y la alegría fue enorme. Vitorearon al mago y muchos de ellos quisieron regraciarlo de algún modo. Algunos bardos compusieron canciones sobre La Huida de la Oscuridad y las cantaron durante dos días enteros por las calles de la ciudad.
En los años que siguieron, el clima mejoró y volvieron las lluvias en los terrenos de Rangost, si bien en las proximidades del Último Desierto siempre reinó la sequía. Los campos volvieron a ofrecer sus cosechas y el comercio iniciado con los balchoth menguó hasta desaparecer, para alivio de ambas partes, pues los balchoth odiaban a los cazadores aunque aceptaran su oro.
Rangost había mejorado su calidad de vida.
Rangost había mejorado su calidad de vida.
Sin embargo, la oscuridad no llegó a desaparecer de la mente de muchos. Aún se observaba, en lo más recóndito del horizonte, una muralla impenetrable, aunque algo más lejos que antes.
Y el temor continuó en lo más profundo de los corazones de la gente, y es que Curunir no había podido esclarecer la naturaleza de ese enemigo, aunque hubiera logrado apartarlo de Rangost.
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