22-Sobre Pallando y el final de la guerra
El Bardo de librea morada, de voz tensa e intranquila, continuó:
Dentro de la casa todo era silencio y oscuridad, y los dos magos anduvieron con cuidado para no hacer crujir la madera del suelo. Se encontraban en una especie de salón que al parecer servía de antesala. Escucharon atentamente y oyeron un murmullo ahogado que provenía de debajo del suelo. Así pues, debía de haber un sótano en la Capitanía.
De pronto, algo semejante a una aldaba hizo un chirrido y en el suelo de la habitación contigua se levantó una sombra. Una trampilla se había abierto y una figura oscura se perfiló en la habitación. El sombrero puntiagudo era inconfundible: ¡Pallando!
Alatar iba a decir algo, pero una mano de Curunir le contuvo. Los dos magos se hicieron lo más invisibles que pudieron entre las sombras. Pallando pasó por su lado sin aparentemente notar nada y se dirigió a la puerta. Ésta se abrió y se cerró.
Curunir esperó unos momentos y luego con sigilo se dirigió hacia la habitación contigua, que semejaba una sala oficial. Alatar le siguió y los dos abrieron la trampilla con sumo cuidado. Una escalera de mano apenas perceptible en la oscuridad descendía hacia el sótano. Bajaron calladamente y se encontraron en una especie de bodega, pues una serie de barriles y botijas aparecían contra las paredes, que se unían en una bóveda. Se respiraba un ambiente húmedo y olía a vino.
En el extremo del sótano, alargado y estrecho e iluminado por antorchas, se alzaba una puerta de madera, cerrada con aldabas y llaves y decorada con tachuelas de hierro. Los dos magos se acercaron y escucharon. Se oía un murmullo apagado detrás de la puerta. Curunir decidió no esperar más y con una palabra ancestral y poderosa hizo saltar las aldabas y seguros y la puerta se abrió. Al otro lado había un pequeño aposento, y estaba lleno de gente.
Entre la gente, apareció Tyor, quien se abalanzó sobre Curunir, pero este con un movimiento de mano lo empujó atrás. Tyor vociferó:
- ¡Dejadnos salir, malditos nigromantes tenebrosos! Poco sospechaba yo que los que había considerado amigos nos traicionasen de tal forma. ¡Llevaos vuestros conjuros a la Tierra de las Sombras!
Curunir suspiró y de pronto su voz sonó absolutamente pacífica y sensible, tan inocente que al instante los ánimos de Tyor y su gente se calmaron.
- Capitán Tyor, ¿qué extraño odio te lleva a comportarte de este modo con nosotros? Por favor, aplaca tu voz y tu ira porque incrementa mi temor, y a mi modo de ver es injustificada; y deja que estos dos pobres ancianos se expliquen y también se informen. Pues nada sé de lo que ha ocurrido en la ciudad durante los últimos meses, dado que mis caminos me han llevado lejos de aquí y al igual que mi buen compañero Alatar, acabo de llegar a Rangost. Así pues, te pido amigo Tyor que compartas con nosotros lo que os aflige u os duele y también a qué se debe esta extraña y desoladora situación en la que se encuentra la ciudad.
Tyor, como saliendo de un encantamiento, respondió inseguro y aún desconfiado:
- Pero... esto... sabio Curunir, no puede ser como tú dices, pues acabas de salir de aquí después de amenazarnos con la tortura y la muerte si osábamos escapar, y ahora vuelves con palabras dulces y alentadoras. ¿Qué extraña cábala usas para perturbar mi mente? Déjame en paz, por favor, y no te diviertas conmigo ni con los míos.
- ¿Y cómo puedes decir que acabo de salir si en verdad te digo que llego ahora? Te aseguro que ambas cosas no pueden ser ciertas, pues aunque fuera realmente el instigador de todo mal como supones y quisiera divertirme no lo haría en estos momentos de caos y confusión como los que se viven en la ciudad. O en todo caso me hallaría en las calles, disfrutando de mi cruel obra. No, no es así.
Cree más bien en la posibilidad de haber sido víctima de un hechizo que ha nublado tus ojos y que te ha inducido a ver una realidad carente de sentido. Si nos cuentas qué ha ocurrido quizá se pueda solucionar este enigma.
Así pues, Tyor explicó que un par de meses después de su marcha había llegado un mago a Rangost con la apariencia, al parecer, del propio Curunir. Se instaló por un tiempo en la posada que se había inaugurado pocos años antes, llamada la Fogata Silvestre. Hablaba poco con los habitantes y estos creyeron que el supuesto Curunir no quería ser un distinguido a ojos de la gente y que deseaba pasar más o menos desapercibido, por lo tanto lo dejaron en paz. Además tenían otras cosas en las que pensar, pues se acercaba la fiesta anual con la cual se conmemoraba la Batalla de la Cacería, y todo el mundo andaba entusiasmado con los preparativos de los festejos. Pero el mago sorprendió a todos cuando unos pocos días antes de la fiesta se presentó a las puertas de la Capitanía con un grupo de hombres de piel oscura, del sur, que llevaban dos carretas con grandes barriles. Al parecer, Curunir había estado preparando un regalo a la ciudad y se había puesto en contacto con alguno de los pueblos del sur para comprar las bebidas de la fiesta. Todos le dieron las gracias por su detalle y creyeron comprender así sus aires de misterio de los últimos días.
Y llegó la fiesta, que se había celebrado hacía un par de días. Y a partir de entonces, las cosas habían empezado a ir mal. Porque durante la fiesta y después de ella la gente empezó a alterarse y a pelearse por estupideces, y renacieron viejas rencillas entre las familias que se propagaron como el fuego y se llegó a la situación actual.
El Capitán Tyor añadió que ni él ni sus guardias no entendían el cambio drástico en el carácter de la gente, y tampoco sabían como detener aquella masacre. Buscaron a Curunir pero no lo encontraron por ningún lado, hasta aquella misma noche, cuando había llegado a la Capitanía y los engañó a todos para encerrarlos en la bodega y los amenazó con su poder. Y luego había llegado el segundo Curunir, y Tyor concluyó que la situación se le había ido de las manos.
Los dos magos habían escuchado con atención, horrorizados. Según parecía, Jandwathe había hechizado de algún modo a Pallando y este había hecho algo con la gente de Rangost. Curunir, sin embargo, empezó a sospechar de la causa de todo aquello: los barriles de bebida de la fiesta debían de contener algún brebaje extraño que había vuelto loca a la gente. Tyor les confirmó que él y sus guardias habían bebido del vino de la bodega y no habían probado el de los barriles extranjeros.
En pocas palabras explicó a Tyor sus ideas y la identidad de Pallando, pero de pronto se abrió la trampilla con un estruendoso crujido.
Todos miraron hacia la bodega y vieron a Pallando, ya con su verdadera faz, que los contemplaba sonriendo. Su aspecto era el de siempre, pero Alatar advirtió que sus ojos parecían más oscuros y sus ángulos faciales más prominentes. Su sonrisa era sarcástica y su piel muy pálida. Curunir se mostró impávido ante su antiguo compañero.
Pallando se dirigió a él:
- Curunir, viejo aliado. ¿Te encuentras demasiado asombrado al verme que ni siquiera te dignas a saludar? Alatar, amigo, ¿qué miras si puede saberse? ¿Acaso no me reconoces después de tanto tiempo?
Curunir repuso con una voz fría como el hielo:
- Te recordaba menos sarcástico y más joven. Tus ojos me miran con diversión y yo no tengo sentido del humor. ¿Qué te divierte?
- Me divierte ver que tú aún andas igual que siempre, con tus intentos de someter a la gente con tus charlas y discursos. Hasta lo intentas ahora mismo conmigo, ¿no es así, viejo cascarrabias? Quieres saber qué hago aquí. Pues te lo diré: me han llegado noticias de tu impresionante victoria en Rangost hace unos años. He venido simplemente a verte y resulta que estabas fuera, así que me he limitado a preparar una bonita fiesta de aniversario.
- Podrías haber usado tu cara, y no fingir ser quien no eres.
- ¿Y desperdiciar la ocasión? Sabes bien que la gente te adoraría aún más si dieses regalos y preparases diversiones para la gran fiesta. Me he limitado a hacerte un favor.
Curunir suspiró. Después añadió en tono severo:
- ¿Qué papel tiene en todo esto ese espectro de Sauron, Pallando? ¿Acaso te has convertido en su bufón y criado?
- ¿Jandwathe? Qué poca imaginación, viejo compañero. Siempre buscas argucias y conspiraciones y no quieres aceptar la realidad de un feliz encuentro entre amigos después de tantos años.
- Veo que estás peor de lo que imaginaba, Pallando. Jandwathe te tiene por el cuello y ya no distingues la realidad de las fantasías. Me das lástima.
Alatar escuchaba tenso. Curunir estaba siendo adrede muy seco y cruel con una víctima de la Vampira, y no intentaba ayudarla, por el momento.
Pallando se irguió.
- No es verdad. Para dar lástima tendría que estar enfermo, y solamente estoy encantado de volver a encontrarte. Pero he oído que la gente está un poco nerviosa por allí arriba, en las calles. Acaso sea por eso que estás tan arisco. Entonces será mejor que me vaya, si quieres más a todos estos que a un viejo colega. Supongo que ahora arreglarás todo este embrollo y todo el mundo te elogiará, y tu orgullo quedará satisfecho por un tiempo. Bueno, pues. Buena suerte.
Curunir iba a replicar, cuando un viento helado barrió el sótano y apagó las antorchas una a una. Una oscuridad espesa se adueñó del lugar y un terror extraño entró en los corazones de los allí reunidos. Una risa sibilina empezó y se perdió en un susurro. Y luego, silencio.
Curunir hizo resplandecer su vara y todos observaron que Pallando había desaparecido. Tyor y sus guardias estaban atónitos y asustados ante la escena que acababan de presenciar. Pero Curunir no dijo nada. Simplemente hizo un signo para que lo siguieran y subió hacia la planta baja de la Capitanía. Todo se hallaba en silencio.
El mago se dirigió a las ventanas y observó el Cerco de los Cazadores.
Mucha gente estaba de pie o sentada en la plaza, observando horrorizada los cadáveres que se hallaban tirados por todas partes. Sus rostros mostraban una terrorífica mezcla de asombro, asco y miedo.
Curunir observaba en silencio. Murmuró:
- Bien. La función se terminó.
Tyor y sus guardias no esperaron más y salieron corriendo a ver qué pasaba en las calles. También Alatar observaba la escena en silencio. Luego habló:
- Primero no entendí por qué hablaste tan duramente con Pallando. Ahora ya sí. Todo fue una ilusión. Una ilusión horrible y muy real. Tan real como los muertos de allí fuera.
- En efecto. No ha sido uno de mis mejores discursos, como los ha llamado él. Pero tenía que evitar el hechizo que actuaba bajo sus palabras. Eran palabras vacías, Pallando en realidad no decía nada, y por eso estaba tan esperpéntico. Representaba un papel: Pallando actuaba tal como una marioneta. Aún hablando con él, estaba luchando con la propia Jandwathe, que estaba muy cerca, quizás justo detrás y tejía el mal en sus palabras. Su hechizo intentaba encontrar un camino en medio del diálogo con Pallando para alcanzarme. Pero ha visto que comprendía su truco y ha decidido terminar con su diabólica conversación. Y con ella, también ha hecho desaparecer de alguna forma el hechizo de la ciudad, para continuar divirtiéndose a mi costa. He de admitir que su juego estuvo bien pensado, desgraciadamente.
Un juego destinado a reírse de mí y dar una lección a Rangost, y que una vez sus habitantes quedasen libres del hechizo pudieran ver los desastres y carnicerías que ellos mismos habían causado. Extremadamente cruel.
- Dejará tranquila la ciudad un tiempo, después de esto, espero.
- Creo que sí, pero nunca se sabe. Es muy poderosa.
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