Un Bardo con librea rubí, de voz majestuosa y potente, narró:
En los años próximos al primer milenio de la Tercera Edad sucedieron algunos hechos importantes.
Sauron volvió a tomar forma en el sur del Bosqueverde, al este de las Montañas Nubladas, y ocupó Dol Guldur, mientras que se pasó a llamar al bosque con el nombre de Bosque Negro.
Y fue también en estas fechas cuando llegaron a la Tierra Media, procedentes de las Tierras del Lejano Oeste, los Istari o Magos, para vigilar un posible retorno de Sauron.
Bajo la forma de ancianos para los que el tiempo pasaba lentamente, envueltos en vestidos largos y apoyándose en bastones, los paladines del Oeste pisaron por primera vez la Tierra Media en los Puertos Grises.
Olórin y Radagast se quedaron en Eriador, el Oeste. Pero Curunir el Blanco y Pallando y Alatar, los Dos Magos Azules, se dirigieron al este y llegaron al Norte de Rhûn unos años más tarde. Con ellos iba Nebula, un magnífico zorro blanco de pelaje brillante, compañero de Alatar.
Los Istari tomaron contacto con los pueblos aún sometidos fuertemente por Jandwathe. Se mezclaron con su gente, y ésta empezó poco a poco a curiosear, luego a preguntar, y finalmente los tomaron como aliados y amigos.
Con el tiempo, los tres magos lograron con su sabiduría y artes decididamente mágicas que muchos pueblos, poco a poco, retomaran el coraje perdido. El ánimo fue creciendo otra vez en el norte y la visión de unas tierras libres fue penetrando en el pensamiento de mucha gente.
Curunir, Alatar y Pallando sabían infundir confianza y su velado poder hacía encender los corazones de orgullo y la creencia de la victoria junto a ellos parecía menos utópica.
Un tiempo después, los hombres de los muchos pueblos dispersos por el norte de Rhûn cogieron otra vez las armas y se prepararon a conciencia durante años. Se formaron poco a poco grandes ejércitos, pues esta vez se trataba de atacar primero, de ahuyentar a la Vampira y limpiar el Norte de Rhûn.
Y en el año 1170 tuvo lugar la primera gran batalla contra la fortaleza de Jandwathe. La Batalla de la Llanura de los Colmillos fue su nombre, y aún hoy es todavía recordada como un signo de valentía entre los pueblos orientales.
En ella, una gran fuerza del norte consiguió, tras muchas penurias, descender por los precipicios septentrionales del Último Desierto y llegar a una llanura rocosa y pelada, con grandes picachos de piedra y dientes pétreos distribuidos por su superficie. Al otro extremo de la llanura hundida en la tierra se encontraban las Grandes Puertas del Desierto.
Los Tres Magos que habían acompañado al ejército llamaron a las Puertas, que eran enormes y negras, aunque solamente fueran un intento de imitación del terrorífico Morannon. Por tres veces llamaron, y no salió nadie a hacerles frente.
Entonces deliberaron y decidieron esperar al día siguiente, para luego entrar por la fuerza y expulsar para siempre a Jandwathe de sus dominios.
Pero durante la oscura noche en los yermos puntiagudos y salvajes empezaron a aullar unas formas espectrales que se movían como vientos tempestuosos, silbando alrededor de los colmillos de roca y aterrorizando a los soldados que dormían en los campamentos.
Después una gran fuerza de las tinieblas surgió de los centenares y millares de agujeros escondidos en las paredes rocosas: orcos y trolls enormes en su mayoría, y también guerreros humanos fieles a Jandwathe, que en gran número se movían ágilmente en la oscuridad, y saltaron y atacaron a las fuerzas del Norte.
Los orcos eran crueles y fuertes y llegaban a miles, los trolls hacían temblar a los más diestros en las armas, y los guerreros humanos de Jandwathe luchaban con una llama oscura en sus ojos que hacía retroceder de pavor a los soldados del norte.
De no haber sido por los Tres Magos, aquella noche no hubiera sido recordada por nadie jamás. Si esto no ocurrió fue gracias a que Curunir, Alatar y Pallando contuvieron a los espectros y provocaron grandes luces y explosiones que retumbaron mil veces por los peñascos afilados, animando a los ejércitos del Norte al combate. La llanura se incendió de luz hiriente y los orcos y trolls aullaron y se retorcieron, mientras los guerreros oscuros se cubrían los ojos ante aquellos resplandores.
Esto dio una oportunidad a los ejércitos del norte, y no estaban dispuestos a perderla.
Y allí estaban el Capitán Quthal, jefe de uno de los pueblos más importantes de la región cercana al Mar de Rhûn y heredero a lo largo de las generaciones de la hoja de seis puntas que Qufak el Pastor había legado a sus descendientes; hoja que ahora estaba hecha de cobre y plata auténticos, procedentes de las minas cercanas a las costas del Mar.
Y con Quthal, también los Jefes de los muchos otros pueblos que se habían unido contra el horror del Sur, Darthar que vivía cerca de las Orocarni, Sinarhgt que habitaba las regiones de los primeros hielos, Fingurk que era vecino de Quthal, y Lokgath que ocupaba las regiones centrales, entre muchos otros.
Todos lucharon con gran arrojo y fueron acorralando a los orcos y a los trolls, y los empujaron contra las puertas, que finalmente cayeron hacia dentro, la roca hecha pedazos.
Pocos de esos seres malignos sobrevivieron, y muchos huyeron desierto a través. De los humanos guerreros, muchos fueron hechos prisioneros, pues la mayoría eran hombres embrujados que no tenían voluntad y que habían pertenecido en su día a sus propios pueblos.
Entonces, el ejército entró regio en el Último Desierto y se dirigió a la Torre de los Murciélagos, situada en un escarpado promontorio no lejos de las puertas. La cercaron y los Tres Magos entraron. La recorrieron de arriba abajo, pero no dieron con la Vampira, aunque liberaron a muchos prisioneros de distintas razas y procedencias.
Pero Jandwathe se había fugado de su morada. Por lo tanto, Curunir dijo:
- Echemos abajo la Torre, para que se sepa que a nada procedente de Sauron temen los pueblos del norte.
Así pues, la Torre de los Murciélagos fue hundida y saqueada, y todas sus escaleras, salas, columnas y arcos se vinieron abajo, y el edificio se derrumbó, y al final, del montículo solamente sobresalió un montón de ruinas humeantes.
El gran ejército y los Magos volvieron al Norte victoriosos y esta Batalla fue recordada con orgullo durante mucho tiempo y se cantó de muchas formas y matices, y permaneció para siempre en los corazones de la gente.
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