jueves, 8 de abril de 2010

5-Del Despertar de Nakmaring y de cómo fue la aparición de los Labios Maulladores

El Bardo de librea oscura, de voz profunda y grave, retomó la palabra:

Mientras tanto, Sauron había vuelto ya de Númenor, después del Cambio del Mundo, y se había refugiado una vez más en Mordor, mientras que los númenóreanos supervivientes del cataclismo, que fueron llamados dúnedain, se instalaron también en la Tierra Media y surgieron los reinos de Arnor y Gondor. Posteriormente ambos se unieron en el Gran Reino Unificado.

Pero en el este, Jandwathe observaba con ira la desobediencia y gallardía cada vez mayor de los pueblos del norte y envió multitud de hordas de sus murciélagos, mas no fue suficiente. Entonces, gracias a sus espías, supo que el origen de todo eran los elfos que vivían al otro lado de las montañas.

Jandwathe montó en cólera y urdió un astuto plan: fue en secreto a las Orocarni y penetró en los oscuros túneles de unas gigantescas minas situadas cerca del Paso de los Hielos, al norte.
Se decía de estas minas que habían sido excavadas por un olvidado pueblo de enanos, y que éstos las habían abandonado hacía ya muchas generaciones, a finales del segundo milenio de la Segunda Edad, cuando un gran dragón había asaltado sus reinos y destruido sus palacios subterráneos.

La temible vampira descendió hasta los profundos pozos en las entrañas de la tierra y en una oscura caverna de hielo de uno de los pisos más hondos oyó lo que estaba buscando, una respiración monstruosa y helada que mantenía el aire de la estancia en continuo movimiento, como el viento desatado de una tempestad de nieve, una respiración de sueño centenario.

Una vez allí, Jandwathe llamó a una gran cantidad de murciélagos, que se lanzaron sobre el dragón dormido hasta que por fin despertó de su letargo con furia extrema. Cuando esto ocurrió, sin embargo, Jandwathe ya había huido a su reino y no vio como las grandes fauces de hierro y hielo del monstruoso ser rechocaban con múltiples ecos en los túneles que le rodeaban. El gigantesco dragón del frío ascendió piso a piso las minas, hasta la superficie, buscando al insensato que lo había despertado. Rebuscó, olió y rugió por miles de pasadizos y cavernas, pero en vano.

Finalmente, al no encontrar a la presa, su ira fue tal que no volvió a dormir. Los pueblos orcos que vivían también en las minas, aprovechándose de su sueño, le temieron entonces, y lo adoraron. Se convirtieron en feroces guardianes a su servicio, y se pusieron alerta.
Desde aquel momento, el paso hacia el lado oriental de las Orocarni estuvo vedado para los pueblos del norte, pues solamente que alguien lo intentara, el monstruo al acecho lo descubría y nadie escapó a sus garras mortales.

Y así, Jandwathe obtuvo lo que quería: separar a los hombres de los elfos y quitar a estos últimos la idea de volverse contra ella. Pero aún insatisfecha, continuó atacando incansablemente los pueblos que se oponían a ella.

Primero fueron sus vampiros los que diezmaron el norte, pero más tarde llegó algo más terrorífico: unos pavorosos espectros nocturnos bebedores de sangre que aullaban tenebrosamente, mientras volaban por las callejuelas de las ciudades y por los caminos solitarios. Las mujeres y los hombres se estremecían al oírlos a través de las ventanas cerradas de las casas y empezaron a llamarles Labios Maulladores, pues algunos de sus gritos recordaban a los maullidos de los gatos aterrorizados.

Se decía que estos espíritus habitaban en los pantanos neblinosos del norte, cerca de los Hielos Eternos. Sin embargo, nadie dudaba que la vampira era su instigadora, desde su fortaleza en el Último Desierto.

Y de esta forma, los ánimos aportados por los elfos decayeron y los pueblos del norte se convirtieron en pueblos oprimidos y desgraciados.

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