martes, 20 de abril de 2010

16-Sobre el Retorno de Alatar. La Estratagema de los Supervivientes.

Y el Bardo de librea rubí siguió de la siguiente forma:

Y es que por su parte y en estas fechas, Alatar volvió de su largo viaje, 35 años después de su partida, y se encontró con toda la desolación y el caos.

Allí donde iba no encontraba más que pueblos muertos y cadáveres arrojados por las calles. Los páramos aparecían desiertos y ventosos, y no se veía casi nadie en millas y millas. No era difícil imaginar quien era la causa de todo.
Consciente del desastre ocurrido en su ausencia no se amilanó y aplegó con la ayuda de Nebula a todos los supervivientes que encontró por los caminos y prados.

Había hombres y mujeres de todas las edades, pero en su mayoría las mujeres decidieron encargarse de todos los niños y ancianos, mientras los hombres deliberaban. Estaban todos muy débiles físicamente, sin embargo la ira velaba sus ojos. Discutieron un tiempo su futuro, pero al final los varios centenares de supervivientes tomaron una decisión, y acompañados por el Mago se dirigieron al oeste, donde se decía que aún había resistencia cerca del Mar de Rhûn. Se rumoreaba que allí los pueblos se habían agrupado y que Curunir estaba con ellos.
Y querían luchar hasta el final.

Por su parte, las mujeres con los niños y ancianos se internaron entre las ruinas de un pueblecito del medio de la campiña y se escondieron en sótanos de casas que aún estaban en pie, para esperar noticias.
Los supervivientes se cargaron de todas las armas que encontraron abandonadas, incluso objetos de labranza y palos. Siendo conscientes del bajo número de atacantes que formaban, usaron la cabeza y prepararon estrategias entre todos para sorprender a los orcos y poder causar el mayor daño posible.

Llegaron una mañana de finales de noviembre y justo a tiempo. Los orcos habían atacado conjuntamente las puertas y estas se habían hundido y también habían abierto boquetes en las murallas y empezaban a entrar en la ciudad. Curunir no podía desplegar todo su poder contra los orcos, y tampoco hubiera servido de mucho, pues su número era excesivo. Se limitaba a atacar desde las murallas a los que entraban, pero era uno y los muros eran muy largos. A los lugareños se les terminaban sus flechas y abandonaban las murallas para bajar a las calles e intentar frenar a los que entraban por los boquetes y agujeros. Sin embargo, contínuamente se oían nuevas explosiones, y nuevas olas llegaban al interior de la ciudad.

Alatar y los supervivientes de las regiones más orientales lo observaban silenciosamente desde la lejanía, y advirtieron que los orcos, llevados por el entusiasmo, dejaban limpios los terrenos que rodeaban la ciudad y entraban todos poco a poco por las murallas. Los orcos eran millares y en buena forma aún, y ellos tan solo unos novecientos.

Deliberaron tensamente. Alatar propuso algunas estrategias, que fueron comentadas por todos, añadiendo ideas y detalles. Durante medio día estuvieron discutiendo y hablando, mas todos los planes se estrellaban contra un hecho: tenía que ser un ataque sorpresa. Y para ello se necesitaba la implicación de los sitiados. Tenían que comunicarse con ellos.

Pero finalmente, uno de los supervivientes llamado Tarqöst, hábil tallador de piedra, tuvo una idea. Mandó buscar unas rocas y empezó a tallar con algunos de sus instrumentos que había salvado de la destrucción el símbolo de la Hoja de Seis Puntas en todas ellas. Seguidamente, a una orden suya, muchos de los hombres se rasgaron parte de sus vestiduras y en la tela escribieron con sangre y arcilla unos dibujos. Simbolizaban con un círculo la ciudad, y este círculo aparecía discontínuo por los boquetes y la puerta. Con líneas con flechas indicaron sus movimientos hacía los boquetes, preparando la encerrona. Alatar aplaudió la estrategia, y pronto la pusieron en práctica.

Así pues, una docena de hombres se movió sigilosamente por la campiña hasta la balista más pròxima y cayeron sobre los orcos que la custodiaban. Eran tan solamente cinco y no tuvieron tiempo de dar la alarma. Rápidamente, cinco hombres se pusieron sus yelmos y se cubrieron con las capas, mientras los demás se escondían. Con hilos ataron los pequeños trozos de tejido a las piedras y éstas a diversas flechas muy gruesas, pesadas y largas, a las que cortaron las puntas. Entonces hicieron funcionar la balista y apuntaron hacia los tejados de los edificios más altos. Dispararon veinte flechas y volvieron raudamente con los demás al escondite y luego hasta el gran grupo, para dar tiempo de reacción a los sitiados.

Dentro de la ciudad, los tejados de los edificios estaban ocupados por arqueros que disparaban las últimas flechas a la marea de orcos que empezaba a extenderse por las calles debido a la imposibilidad de contenerlos en los boquetes de las murallas. Curunir también estaba allí en lo alto con algunos de los hombres más capaces que había podido encontrar, discutiendo la defensa. Por de pronto, diversos objetos silbaron con estruendo muy cerca y tres flechas enormes impactaron contra el suelo del tejado. Curunir no les prestó mucha atención, pero un joven carpintero llamado Dusf se percató de las piedras anudadas en las varas de madera. Alzó una y vio el símbolo de la Hoja y corrió hasta Curunir y los demás.

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