17-Sobre el ataque de los Supervivientes.
Y aún continuó:
Alatar y los supervivientes de las estepas estaban a la espera, cuando unos cuernos orcos resonaron estruendosamente, alzándose desde la ciudad hasta el cielo nublado y gris. Al instante, los últimos grupos de orcos que quedaban en la campiña corrieron a su llamada, aullando y gruñendo y dejando vacío el terreno. Los supervivientes los siguieron más lentamente y sin hacer ruido.
Dentro de la ciudad ya se expandía la noticia de la ayuda que llegaba del exterior. Curunir habló a los hombres que estaban con él en el tejado, y en los tejados próximos, y les dijo con una voz potente, clara y de embriagadora entonación, que hizo que todos giraran las cabezas hacia él como movidas por un resorte:
- ¡Escuchad hombres del Norte! Después de un día entero de lucha fatigosa y dolorosa, por fin dejaremos de defendernos. Por fin pasaremos a atacar. Ahora hay que afrontar al enemigo.
Muchos años hace que recorro estas tierras y por todo lo que he visto, oído y leído soy consciente de vuestro valor. He comprobado que vuestro espíritu es libre, a pesar de todos los tiempos tenebrosos y todos los agravios.
– Levantando la voz, Curunir miró a los allí congragados-
No sucumbisteis ante los seres del terror que os atacaron en la antigüedad. No agachasteis la cabeza cuando hace mucho tiempo despertó el dragón que os aisló de los elfos, los que permitieron a vuestros antepasados atacar e incluso destronar al demonio. ¡El mismo que ahora vuelve a intentar barreros de vuestra tierra! ¡Ni durante la Enfermedad vuestros pueblos no se extinguieron!
¡Lo habéis aguantado todo hasta ahora!
¡Y ahora no será diferente! Porque allá, fuera las murallas, está la ayuda que necesitamos, vuestra propia ayuda, son vuestros vecinos que no cayeron en sus pueblos y que ahora vienen a daros su apoyo. Y no podemos permitir que su viaje penoso a través de los páramos termine en una derrota.
Solamente debemos darles la oportunidad de ayudarnos. Estan tan dispuestos a dar su vida por vosotros que incluso nos evitan el tener que pensar... porque en estos dibujos... hechos con su propia sangre... ¡han escrito vuestra victoria!
Estáis destinados a convertiros en gente poderosa y vivir en paz, ¡solamente ese puñado de orcos de allí abajo es el único obstáculo! ¿Permitireis que os arrebaten vuestra libertad, vuestra vida? ¿Permitiréis no volver a ver el sol bajo el yugo de la oscuridad? ¿Permitiréis que os quiten las tierras, los árboles, las flores, las canciones, las fiestas? ¿Permitiréis que vuestros hijos crezcan en la miseria y vuestros nietos nazcan esclavos?
Los carpinteros, artesanos, mineros y pescadores que estaban con él en el tejado se miraron sobrecogidos, se alzaron de pronto con los ojos serios, augustos, brillantes, los mismos con los que cualquier rey poderoso observaría una batalla que promete una victoria gloriosa. Su vida estaba en juego pero había una posibilidad de recuperar con creces todo lo perdido hasta ahora. Las palabras de Curunir resonaban una y otra vez en sus cabezas. Su semblante se enderezó y su mirada se volvió grave y peligrosa.
Finalmente alguien dio el paso, se agachó y cogió su espada. Otro lo siguió. Y otro. Y otro más. Alzaron sus armas y lanzaron un grito de furia. Los tejados próximos bulleron y muchos los imitaron. Un salvaje mensaje recorría la ciudad.
Y de pronto, con un gran bramido de guerra, los sitiados bajaron todos a una, veloces hacia las calles. Los orcos se sorprendieron de tamaño cambio y observaban alterados como la gente se lanzaba contra ellos. Los sitiados se dividieron raudos por las distintas vías y callejuelas y empezaron a atacar con fuerzas renovadas. Cada uno de ellos reunía grupos de gente que corría dispersa perseguida por los orcos y se fueron formando batallones que se autoorganizaban y se dirigían hasta el centro de la ciudad perseguidos por los numerosos grupos de enemigos, hasta formar un gran círculo de gente en el centro de la ciudad que era atacada por todos lados.
Curunir se encontraba con ellos y alzando su vara originó fuegos en los edificios vacíos más próximos, creando un círculo de llamas de protección.
Los orcos se mantenían entonces a cierta distancia, disparando flechas a los sitiados, cuando de pronto unos potentes cantos llegaron a través del humo y el fuego...
Era el sonido de muchas voces que cantaban alegremente sobre el sol y los campos, cantos mineros y sobre el viento y la lluvia. Y al unísono, todos los sitiados respondieron con los suyos propios, y una algarabía de voces potentes se extendió por la ciudad.
Los orcos se inquietaron y atacaron con más furia, pero ya la mayoría de los supervivientes que se encontraban fuera penetraban por todos los boquetes de la ciudad y se dispersaban por las calles, mientras había otros que ocupaban todas las entradas para evitar la huida de los orcos.
Con el rechocar de las espadas, garrotes, horcas y otros instrumentos de labranza, los supervivientes aparecieron a la vista de los sitiados y se lanzaron contra el enorme círculo de orcos que ocupaban la mayor parte de la ciudad. Al instante, los sitiados avanzaron también desde el centro y atacaron a sus enemigos en todas direcciones.
Mientras tanto Curunir fue raudo hacia la entrada de la ciudad y se encontró con Alatar y Nebula en la avenida principal cerca de las puertas. Observando la marea de enemigos y de ciudadanos luchando, unieron sus fuerzas y atacaron para ayudar a crear el caos y el terror entre los orcos. Gran cantidad de explosiones retumbaron entonces por todos los rincones de la ciudad mientras los dos magos recorrían las calles, y los orcos finalmente abandonaron todo orden y se dispersaron enloquecidos y aterrorizados por las numerosas encrucijadas, hasta que uno a uno se encontraban con patrullas de soldados furiosos en las vueltas de las esquinas que les asestaban el golpe final.
No hay comentarios:
Publicar un comentario